Sábado 16 de Abril del 2005  Un día como hoy  En La Historia Nacional El Universo

HACE 50 AÑOS 
 

Sábado 16 de abril de 1955

En Quito, cuatro pesquisas ingresaron anteayer  al domicilio del periodista Alejandro Carrión Aguirre, Juan Sin Cielo, y lo llevaron a un lugar apartado de la ciudad para golpearlo salvajemente. El escritor y colaborador de EL UNIVERSO  se encuentra asilado en estado de observación en la clínica Santa Cecilia. Sus colegas y otras instituciones protestaron por el repudiable hecho. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS PICHIRILOS

 

La Calle

Primera semana de Marzo
de 1957

 

Esto ocurrió también en la “Avenida de los Sauces”. Su larga y solitaria extensión, escenario de tanto crimen, fue escogida para matar al periodista Juan Sin Cielo, cuya campaña sobre los estancos había exasperado al Presidente Velasco Ibarra. Durante la noche, la Avenida, oscura como boca de lobo, parece el ámbito propio de la tiniebla de la muerte. Hacia allá, torciendo cien calles, fue la camioneta verde de la Policía llevando al periodista y a sus cuatro verdugos, dos de ellos famosos hoy y conocidos por todo el país, y dos aún misteriosos desconocidos. 

Aquella tarde había llovido torrencialmente. Las fábricas de la zona de el “El Inca” se habían inundado y los caminos eran un solo fangal. La Avenida de los Criminales. En la cual no hay una sola casa y a cuyos lados redondos sauces llorones son mudos testigos de los aconteceres siniestros, era también un fangal. La cinta empedrada que hay en su centro se hundía, a trechos, en enormes charcos. La noche era oscura, bajas nubes impedían que brillara siquiera alguna estrella. El ambiente estaba helado punzantes agujas de agua y ráfagas de viento cortante la cruzaban y la volvían invivible.  

Ahí fue donde se detuvo la camioneta verde de la policía, ahí donde obligó a Juan sin Ciclo a descender, para que en su persona los cuatro verdugos cumplieran la justicia de Velasco Ibarra.  Cuando el perno dista puso pie en tierra, el agua le llegaba al tobillo. La camioneta mantenía los faros encendidos. Las porras de los cuatro verdugos cayeron sobre él con la velocidad del rayo. Lo golpearon una y cien veces en el rostro y la cabeza. El periodista quiso defenderse y un garrotazo le quebró dos dedos de la mano derecha.  Otro garrotazo le destrozó la nariz. Entonces el periodista perdió el sentido. Al caer la cabeza se hundió en el agua helada y la razón le volvió brusca y oportunamente.  A esa agua helada debe su visa Juan Sin Cielo.  Volvió en sí el herido en el instante preciso en que alguien decía “¡Tírale al carro encima, carajo!"   El hondo instinto de la vida -hizo que Juan sin Cielo se arrastrara fuera de la cinta empedrada donde había caído y se refugiara en la cuneta. Aquello lo salvó: el carro de los verdugos no podía salir de la cinta empedrada, porque se quedaba preso en el lodazal hasta el otro día. Los verdugos siguieron hacia la Carolina.

Juan sin Cielo, se dirigió hacia la fábrica “Itesa”, que se veía a lo lejos, llena de luces y donde se percibía presencia de seres humanos.    No bien había avanzado el periodista unos cuantos metros, la cara llena de Sangre, sin lentes, en una oscuridad casi total, por el fangoso sendero, cuando oyó que el carro, de sus verdugos regresaba. El pensó: “Ahora sí que vienen a acabarme”. Su angustia fue inmensa. A ciegas buscó desesperadamente cruzar el cerco que bordea el siniestro camino. Nuevamente lo ayudó la suerte. Encontró una honda zanja, cavada para reconstruir un tramo de muro destruido por las lluvias de los últimos días. Saltó esa zanja, yendo a caer en una más profunda, que corre al otro lado del muro y a toda su extensión. Juan sin Cielo se sumergió en ella hasta el cuello: estaba llena de helada agua fangosa y de hierbas. Ahí espero. Desde ahí vio pasar lentamente el carro de sus verdugos. Iban buscando con profunda atención, mirando el camino con prolijidad. No sabían que se hizo su víctima.  El agua que cubría esa parte del camino había borrado toda huella y el periodista había podido refugiarse desapareciendo. 

Los verdugos llegaron hasta el camino de “El Inca”, dieron curva y volvieron a la Avenida de los Sauces, más lentamente aún, buscando a su víctima. Juan sin Cielo, hundido en el agua hasta el cuello, ni respiraba, porque un ruido cualquier que delatase su presencia le significaba la muerte irremediable. A fin, el carro se perdió a lo lejos, nuevamente en dirección a la Carolina.  Entonces pudo salir y nuevamente!“ cayendo y levantando, llegar hasta el camino a “El Inca”. Ahí, mientras la sangre brotaba caudalosa de sus heridas, bañada en ella, calado hasta los huesos, hizo parar un automóvil que pasaba. ¡Gravísima acción! Por ella pudo Juan sin Cielo perder su vida. ¿Qué hubiese pasado si en ese carro iban los “empresarios” del crimen?    Pero una buena estrella guiaba esa noche sus pasos, lo conducía nuevamente a la vida.    El automóvil no era de los “empresarios” del crimen. Al contrario; era de hombres distinguidos y humanitarios.  Era del gran industrial don Emilio Isaías, quien venía de su fábrica San Juan en compañía de su hijo don Estéfano y de su amigo don Fuad Dassum. Ellos lo recogieron al periodista y quisieron conducirlo a una Clínica. Juan sin Cielo se opuso “¡Llévenme a “El Comercio”!” les pidió. Así lo hicieron.

Una profunda sensación se produjo cuando el periodista, bañado en sangre manchado de lodo, cubierto de’ heridas apareció en la redacción de el decano. ¡Era la viva imagen de la prensa ecuatoriana bajo Velasco Ibarra!  Mucho erraron quienes quisieron matar a Juan sin Cielo en la Avenida de los Sauces. Su crimen les pesa. espantosamente: su crimen los aplasta. A cada instante, el crimen les sale al paso y les bloquea el camino. ¡ Bárbaros: las ideas no se matan!

La inteligencia y la verdad son inmortales. Los asesinos frustrados de la Avenida de los Sauces del siniestro camino del crimen, van con su crimen al tobillo como un penado medieval con los grillos que castigan sus acciones nefandas.

 

 

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Escena del crimen recreada por estudiantes dela FEUE
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