Alejandro Carrión

 

POESIA
DE LA SOLEDAD Y EL DESEO

1934-1939

CON UN POEMA DE AUGUSTO SACOTO ARIAS

 

 

INDICE

Dedicación
soledad y deseo portada.JPG (9110 bytes)
Alejandro Carrión o el destino de su íntima luz, poema -
Prólogo de Augusto Socoto Arias
                                      
Canción de soledad        
Canción del tranquilo morir      
Este mar de mi sangre
Canto a mi palabra
La Sirena y Ulises          
Balada           
Insomnio de la barca perdida
La espera jubilosa                
Dulce niñera rubia de los sueños                
Glosa de la pequeña cazadora                   
El antiguo deseo         
Que siempre que tú vences             
Llamarada y ceniza de tu ansia     
Cuando me asomé a tus labios
Yo vengo a hablaras        
Tengo aquí esta mi luz          
Suave sol de mi sangre           
Ultimo vuelo: obligación y asombro




Alejandro Carrión
O EL DESTINO DE SU
INTIMA LUZ

 

 


Sueñe quien quiera soñar.
Goethe, FAUSTO.







ESTIRPE O LA ANTIGUA LUZ


Anchurosas las venas para el ancho
Canto de gallo de naciente sangre.
Y lo semilla castellana canto
De su sangre y la copa de olivo de su sangre.
Porque su pulso, porque su pupila
De una dalia de paz,
De la pulida
Dorada piedra de una lira vienen.
Antigua lira donde un agua tierna,
Nocturna, clamorosa,
Cabellos reflejaba y clavellinas.
Cuando las rejas, cuando las espadas
Como templados pétalos
De una ancha flor de acero.
Cristina lira, Sol de Harina,
Alba y poniente en la lengua
De los infantes en la Fe nacidos.
Cristiana lira antigua.
Ya como pan azul de rama en rama venido,
Ya como verde vino inagotable,
Ya como guirnalda de labios y alondras
La castellana lira
En la su mano donde noble sangre
Sus recientes nudos labra, sus melodiosos amarras.
Que lira y sangre suenen.
Que la sangre delire.
Que de su lira y de sangre nos dé la clara
clave de su luz antigua.
Oh libélulas y ninfas y bucles y flores altas:
Para su voz en círculo estrechémonos.

 


NUEVO CANTO O LUZ VITAL




A plena luz está golpeando
De la nieve el dorado muslo.
Y en evidente florecer de agujas
De la nieve la tersa rótula.
Y solloza.
Y sollozan con él extrañas niñas
De extraños rosas y hacia extrañas aguas.
Y el mar es párpado y es pupila y lágrima.
Dejad, dejad que solitario
En banco de diamante se hunda y sueñe.
Oiremos su sueño, su latido
En qué el pie late melodioso herido
Del Dios enjuto de la Soledad.
De la Nieve el dorado muslo
En manantiales se deslabra.
Y de la Soledad el Dios enjuto
Sus anchas venas Rumorosas
Se abre.
Canto del Hombre, voz del Hombre
Sin esa carne sustancial. -de brisa
Que la Tierna ternura es
Para el delgado, para el consumido
Corazón en Amor adelgazado.
Humana voz, humano canto
Con ahogamiento azul, de estrella
De la noche en un cuenco de agua.
Que no hay cabello cuyos dulces ríos
Cantando desemboquen en la boca de su alma.
Que no hay pulsera. No. Ni la sortija
Que le flagelo como latiguillo
Trenzado con las luces del más limpio deseo.
La espalda brilla de la niña
De lo Nieve la fina niña
Sentada al borde del barranco
De los violetas amarillas.
Vuelve tu rostro triangular dormido
Niña de -Nieve, vuélvele:
Que tus aristas, que tu fino frío
En la su larga mano devendrán Poesía.
Llega de pronto la evidente niña,
Presentidora, tierna,
Oscura flor en la guedeja oscura,
Y con pródigo- brazo en laurel fraternal envuélvele.
Y él la contesta, mientras el camino
De ancha lágrima oculta se prolonga:
-¡Adriana mía!
Haced silencio, amigo mío,
Le grito desde un mirto de mi mediodía:
Lejos la nieve, la ola oscura, el áspid;
El planeta comienza en nuestro ceño.





MUERTE O LA LUZ EN REPOSO



¿Por qué en la tu clara palabra
Obstinada lo yerta yedra?
No convoquéis de la Muerte al reino
De Negras Brisas, oh tranquilo. No.
Que de improviso, de la Tierra
La removida fresco llave
Pupila y lengua ha de cerrarnos.
Aventarán su espejo nuestros cales caídas.
Y qué lejano, qué lejano el diente
De rocío del dormido niño
A nivel de luto en su cedro.
Y los metales del hermoso Día
En nuestro ceño lívido apagados.
Ni tú ni yo, amigo mío, ni tú ni yo
Del corcel de la Muerte oiremos
Su ardiente casco de cera temblando
Del vino nuestro en el umbral sin límite.
Que sin haberlo oído, sin haberlo oído,
A la luz de llorosa estrella,
Caída sangre,
Empujando desde lo hondo lo fresco dalia.
Ni tú- ni yo, amigo mío, temblorosos.
Luego en el alba la fina, lo herida.
Golpeando, golpeando con su leve
Nupcial anillo desolado
La cifra del cifrado mármol.
Sin Norte caminando nuestra luz arde y sangra.
Su racimo de brújulas se lo devoro el Mar.
Bajo la blanca piedra silenciosa,
Sí reposada.

 


APOTEOSIS



Ya de mi sangre el dulce fallo escuchas
Sobre la tuya en soledad y yedra,
En yedra y soledad amanecida.
Ahora, amigo mío, ahora:
Por tus construcciones de Alegría firmes,
Por tus torrecillas de alondras volando,
Por tus baúles con jazmín y sangre,
Ulyses, Diana, Garcilaso y Lope,
Por la verde mañana verde
De la pupilo que en tu sueño fija.
Y el toro de zafir que hay en el alto
Flanco de estrofa antigua
Con que llegas,
Y ese tu ritmo en aire niño
Para el recién venido niño:
Yo he citado al Laurel, padre de Bosque y Tiempo
Ya su verde pulgar en tu ancha frente.




Augusto SACOTTO ARIAS.

Quito, en 1938






A
BENJAMIN CARRI
ÓN






CANCIÓN DE SOLEDAD




Ni para qué buscar, canción, tu vieja ruta en esta luz crecida.
Pequeña enredadera, no hollarías apoyo. No habrían pilares
Donde enrollar tu cuerpo ni prender tus anillos.
Ni qué buscar tu vida, canción, pequeña planta:
Se secarían tus hojas, se borrarían tus huellas.


Sol. Solamente sol. Sólo sol. Todo sol. Soledad del sol.
La soledad es grande, mientras el sol nos arde,
Fuera y dentro, ojos enceguecidos y la sangre encendida.
Sol. La soledad del sol, ardiéndonos, como una llago.
Una llago de luz. La luz, llena de llagas; sólo tus llagas, luz,


En todos los caminos pude poner mi planta.
Aunque no estés presente, luz ciega, luz llagada.
Antes de tu llegada, llagada luz. Antes de que la soledad estrangulara
Tu único sol. Antes. Pude poner mis plantas en un camino claro.


Pude enrumbar mi marcha. Pude llegar al mar: el sol ya no está solo.
Solos con él los olas. Lo soledad del sol a solas con las olas,
Soledad sonora, llena de gritos, crecida, hinchándose en el viento.
¡Oh! ¡Cómo crecen tus llagas, luz, con las aguas marinas!
La pequeña gaviota enceguecida se ha destrozado un ala.
Sobre tus llagas, luz, se ha destrozado un ala.


Pude buscar la grata soledad de la tierra, lejana, donde la nieve vive.
Luz. Sol-edad de la luz, blanca, sobre la nieve, viva.
Nevado. Soledad del sol, brillante, sobre la nieve, antigua.
Nieve: nunca mis ojos miraron tus relámpagos.
Nunca. Nieve, nevada viva. Nieva. Nieva el sol. Sobre el sol.
Cae. Callada y fría, la nieve. Sobre tí, sol. Sobre tu soledad.


Pude ir hacia la soledad mía, mi propia soledad, llagada
Como la tuya, luz. Pude buscar mi luz antes de tu llegado,
Luz nevada, nevada luz, luz dé la ola callada y la ola sonoro,
Luz del grito y la nieve, 'luz buscada y no hallada, llagada y llagadora.
Recuerdo la pequeña gaviota enceguecida. He perdido mi ruto
Por estar caminando sobre esta luz llagada, en plena soledad.
Hundido en soledad hasta el borde del ojo. En soledad ajena.


Soledad de la luz. Del sol y de la ola De la gaviota herida.
De la nieve brillante. De la lluvia de siglos. De la luz llagadora
Soledad eterna de la eterna -materia;- de la tierra collada.
Mas no mi soledad. Mi soledad buscado, perdido y nunca hallada.

-Loja, 1935




CANCION DEL TRANQUILO MORIR




Que consiento en mi morir.....

Jorge MANRIQUE.

 





Mansos sombras dormidas sobre mi corazón anochecido.
Vos llegando, mi paz.
Vas llegando o mi cuerpo, ya extenuado.
Vas muriendo, mi decaída, mi tenue luz nublada.
Vas muriendo, mi luz.
El corazón, tranquilo, va aquietando
Su alocado latir. Soledad, revuelta soledad,
A tu campo turbado va llegando mi paz.
Tus manos. Tus labios. Tu dulce cuerpo mío.
Toda tu vida tuya, tan mía, ya perdida,
En mi tranquila sombra, ya inundada de paz.
Larga mirada. Larga. Hoy que mi corazón
Va aquietando su paso. Hoy, ya nublada mi luz.
Tus labios, en mi vida, dándome el agua clara.
De tu último dolor.
Tu mirada, en mis ojos, recogiendo
Mi última luz.

Mi luz, ya amortecida, y la luz tuya, confundidas,
Aquí, en medio de mi sombra.
"Que te sea la tierra liviana", quieren tus labios dulces.
Mi cuerpo, ya extenuado,
Va encontrando, por fin, su tranquilo morir
Tu guerra, tu batalla, vencida ya por esta
Mi eterna, mi tranquila, mí única paz.
Apagada mi voz, voy cerrando mi pecho
Donde tú, la que vive, la eterna, la viviente,
Dulce, clara, tranquila, has llenado mi vida.
Vuelvo hacia tí, mi tierra.
Vuelvo, a fundir mi cuerpo con tu cuerpo,
A fundir mis pupilas con las claras corrientes
Vuelvo hacia tí en comunión perfecta.
Fuera, fuera de tí, nunca he vivido,
Pero hoy a unirme vuelvo, o reclinar mi frente
En tus brazos oscuros, en comunión perfecta.
Vuelvo hacia tí, mi tierra.
A renacer en tí, eternamente. A renacer en tí,
En mi eterno morir.
Hoy una cruz callada frente a mis ojos fríos.
Llega, llega mi paz. "Que te sea la tierra liviana",
Dicen tus labios míos. Vuelvo hacia tí, mi tierra.
Pesa sobre mis ojos
Tu viejo polvo oscuro, madurado en los siglos.
Aquí, aquí está mi garganta
Presta a volverse polvo. Presta a volverse polvo
Vuelvo, extenuado, a tí, tierra, mi tierra,
Lleno de voluntad hacia tu polvo.

Clara y pura, tu luz
Llenando está mi última mirada.


-Quito, 1935





ESTE MAS DE MI SANGRE

 



Rare nautes in ingurgite vasto

VIRGILIO, Eneida, 1, 118.




Y estás aquí, mi sangre, mi voz exasperada,
Corriendo, enardecida, por los ocultos cauces de mi carne;
Eferveciendo en luz, en oculto latido, en sol airado;
Remansándote, nítida, en mis amaneceres, elástica,
Frágil, desconocida. En fortaleza de ola
Que se crece al asalto y se quiebra al suspiro.
Yo te siento en mí mismo, sorda en carrera y ansia,
Madurada en la muerte, antigua, oscurecida;
Pesando con tus muertos sobre mi frente joven -
Desde un arcaico tiempo en la memoria hundido.
¿Qué perversa marea me traes, fluído eterno,
A torturarme en gritos de fiebre incontrolable?
¿En qué remota angustia maduraron tus glóbulos,
Lastimaron tus saltos, que hoy me hiendes y rasgas?
No sé. Más yo los siento, aquí, dentro del pecho,

 
Correr, antigua savia en nuevo tronco frágil.
Vieja sangre andadora, incansable y herida:
Yo te sé triunfadora, tibio vino en el labio
Y te sé derrotada, lluvia fina en mi frío.
Yo te he visto saltar, encabritada y ávida,
Rojo corcel indómito, por sobre toda vallo.
Géyser estremecido, rompiendo en rubí ardiente,
Incontenible lavo y ansiosa llamarada.
Yo te sé en la ternura, suave corriente trémulo
Muy cercana del alma en caricia y en lágrima.
Ni en el sueño profundo, cuando tú me abandonas,
Memoria, permanente custodio de mis actos,
Ni cuando se remueve el viejo poso turbio
Del alma estremecida. Ni entonces, ni en el amplio
Atardecer de mi ansia. Puntual siempre en el júbilo
Y en la tibio amargura. Fiel y antigua
Trayéndome un oculto conocimiento ciego
Lejano de mi alma y arraigado a mi instinto.
Presente cuando tiembla mi tormenta en asalto.
Presente cuando mustio mi piel su desencanto.
Arisco cuando prende alfileres la muerte
En mi fiebre de gozo, de canto y de palabra.
Amiga y enemiga entrañable y extraña,
Tan mía y tan ajena, tan generosa y ávida,
Tan dadora y esquiva, tan fiel y engañadora.
Sostén de mi palabra y esencia de mi canto,
Torrente de mi estirpe y calor de mi carne,
Inmortal, a pesar de la muerte y la calmo,
Tú volverás eterna mi sed sobre lo carne,
Fina recorredora de caminos cerrados,
Y llevarás la turbia resaca de mi alma
A nuevas almas finos en mi carne labradas.
Sé que algún día irás remansando tus pasos
Cuando se torne duro tu suave cauce elástico.
Y hasta entonces me nutres, mi mar de fuego y lágrima.



Torturante y atónito, sin alabastro fino;
Perfecta tierra mía en fluído versátil,
Esencia de mi hombría, mi ceniza clamante.
Sangre mía, sangre mía, aprisionada y cálida,
Como náufrago atónito desciendo a tu hondo lecho,
Desaparezco, tierno, en coágulos morados
Y me alzo, renacido, sobre tus olas, límpido
De mí mismo, lleno de mi hondo barro.
Yo estoy en tu naufragio, amargo navegante
En incansable, en único, en tenaz sobresalto.
Ni Ulises ni cadmitas de velas enlutadas
Cruzaron mar ardiente, velo rojo en el alma,
Como yo, nauta agónico, sin velas ni remeros,
Sin vellocinos de oro que buscar, deslumbrado,
En este mar hirviente, inmortal, sollozante
De eternidad fluída: este mar de mi sangre.

-Loja, 1937







CANTO A MI PALABRA




No omnici moriar.....
HORACIO
Oda XXX cid Melpomenen, 6





En morada mañana, en girasoles hoscos,
En volar de campanas, en golondrinas tímidas,
En cardos, en luceros, en sueños desvelados,
En angustia reciente, cansada y volvedora
En la sangre que salta precipicios y ciénagas,
Más adentro quizá, más allá de las venas,
Cercana al esqueleto que blanquea profundo,
Allá donde deseamos vivir sobre los siglos,
Prolongarnos, serenos, ríos anchos y tersos
Sobre oscura y eterna, tenaz llanura humana,
Memoria adentro el ojo secular de la sangre,
Salomé sin Bautista, Circe sin navegantes,
Engañadora hábil, astuto guía sapiente,

Palabra, mi palabra, la mía, vencedora,
Moviendo estás mi mano tenebroso y esquivo,
Acercándola, audaz, al más viejo misterio,
Diciéndole, verídica, que franqueará el abismo,
Que saltará en la muerte el negro río postrero.
Caronte:  aquí se queda tu vieja barca insomne.
En tu casa, Plutón, no harán noche mis pasos.
Se pudrirá este cuerpo cuyos músculos jóvenes
Hoy vencen la tristeza con ademán seguro;
Se llenará en el limo mi pupila de sombra;
Pero tú, mano mía que trazaste estas líneas
Y tú, garganta mía, que cantaste este canto,
Serena, eterna, elástica, única, verdadera,
Inmortal, permanente, ganadora perenne,
Girasol erizado, cardo en campana cálido,
Y mañana y lucero y sueños y algarada,
Palabra, mi palabra, la mía vencedora,
Durarás lo que duren los días en la tierra,
Lo que dure la luz, lo que dure la lágrima,
Lo que dure el deseo de durar de los hombres.
Yo lo sé y me ufano de pasar por la muerte
Sin sentirme agotado, ni vencido, ni triste,
De poder entregarme a Ella en alegría,
De poder darle cuerpo y pupila y mirada
Y amanecer y sueño y manzana y anhelo,
Por la que puso en tí de su entraña mi entraña
Y por el grito ronco de mi marea que salta,
Palabra, mi palabra, la mío vencedora,
Escederá tu imperio su negrura callada
E irá en luz perfecta a través de los años.
Mi sangre irá también, pero ciega, vendada,
Turbia presentidora, corriente loca y agrio,
Falaz, sorda y ardiente, airada inundadora.
Esta mi poesía, que se alza desde el limo
Más sagrado y profundo de mi alma sufridora

-Soledad y -deseo, angustia y tibio calma-
Tiene, seguro y cloro, el porvenir y el ansia:
En el hombre, al que me uno en unánime grito
Y en la tierra, a la que hurto tan sólo mi palabra.
Sí poeta: en el claro contorno de este aire, mi reino
Y en el hervir heroico de la sangre, mi mundo
Y en el triunfo perfecto de mi palabra clara
Del dolor el desquite y del ansia la palma.
~Oh palabra, girasol y lucero, sangre y alumbramiento,
Mi bastón, mi alta pértiga para soltar la muerte!
En este amanecer frío de mi montaña
Me elevo hasta tu altura y me alzo hasta tocarte,
Única elevación sobre el mundo cegado.


-Loja, 1937.





LA SIRENA Y ULISES
-DERROTA EN DOS JORNADAS-




PRIMERA




En esta noche Ulises irá tarde a su casa.
Es una vieja ruta de algas encanecidas
Y de líquenes tiernos la canción del estío.
(En el estío cantan mejor los marineros,
Hay muchos peces jóvenes y tiernas olas límpidas.)
En las manos morenas crecidas junto al viento,
Una red intrincada de venas y de sueños.
En esa red hay siempre un lugar para el canto,
Un temblor de alegría y un asomo de llanto.
Saltan los gritos ágiles, nuevos como cuchillos.
Un rumor de olas tibio, submarino y rendido
Desde los pechos sube o los gargantas finas.
Sopla un viento muy viejo, un viento de montaña.
Hay vidrio en el aliento. Hay aliento en el vidrio.
Un paso vivo y rápido, de ciervo perseguido,
Cruzando una llanura de hielo encanecido.
Ni viento ni montaña: uno ola crecida
Sin nube y sin sollozo, sin grito y sin herida.
No equivoquéis el hielo con el vidrio o el grito.
Un cuchillo, unas manos, una lágrima antigua,
Brillan estremecidos en la proa. Ni el vino
Ni la risa ni el cántico serán hoy bienvenidos.
Lejos -es pequeño el oleaje y es muy suave el murmullo
Una remero sufre. Junto a ella, en los olas
-Si queréis, en las lágrimas, en los sueños recónditos-
Recién nacidas perlas danzan estremecidas.
En una isla joven una sirena abre el caudal de su canto.
Y el mirar no la mira ni el oído la alcanza.
Mas la historia nos dice que es muy grande el peligro.
Marineros, atadme! Con cera he taponado vuestros oídos finos.
Atad este mi cuerpo, sus nervios encendidos,
Su canción, su palabra, su aliento renacido,
Al mástil impasible. Que no llegue hasta mi alma
El caudal de su encanto.... Marineros, ¡es tarde!
Os habéis olvidado de sujetar el alma.
Se ha inundado de ensueños la ruta de mi paso.
Bogo, bogo el trirreme. Oh, remeros antiguos,
Sordos y enamorados, conducid mi trirreme
Y decid a Penélope que iré tarde a su casa.





SEGUNDA



Agua y música nuevos, aún ~ bautizadas.
Sobre olas encendidas bogo mi barca rápida.
La luna ha naufragado. Ha nacido una garza
Con las ligeras alas, de estrellas inundadas.
Blancas y eternas alas, suaves y estremecidas,
Un oleaje de estrellas, paro el viento formadas
Y por él encendidas. Una garza en las olas.
Lleno, lleno de alas y de olas este mar.
Un oleaje de alas y un oleaje de olas.
La sangre pulso rápida y el paso pasa raudo.
Raudo el saltar de tu ola, mar de estrellas moradas.
Morada de mi ensueño, morado mar, morado por el ensueño mío.
Taponado el oído y encantado, oye Ulises
Nacer de la garganta claro de una sirena
Una cadena tibio. Taponado el oído, atado el cuerpo joven.
Los peces brillan, brillan las olas danzarinas.
En la flecha de tu orco, mi Diana cazadora,
Hay un nuevo reflejo. ¿Qué haréis con vuestra flecha,
En este mar callado, moradora implacable de la suave llanura?
Crece mi juventud a tu lado, sirena. No hay nieve,
No hay hielo ni hoy abismo. Mis sienes no anochecen.
Viajero impenitente, medidor de los mares,
Encantador de islas, ya no hay nieve en tus sienes.
Que la hilandera espere junto a los pretendientes
Aquí hemos escuchado vivir, nueva, la vida.
Ninguna prisa tengo, recordada hilandera,
Astuta tejedora de noches angustiadas,
Viviente siempre al borde del olvido sereno.
Ninguna prisa tengo de desatar mi cuerpo
Del mástil de tu canto, sirena animadora -
Del mar todo encendido donde bogo mi barca.
Pescador, tú no puedes sonreír en lo playa.
Mis venas no son redes que tú manejarías.
Solamente mi voz brillará como espejo
Capaz de capturar una alondra y un canto.
Solamente mi voz, que cultiva los ecos
Desconocidos, suaves, estremecidos y únicos,
 

Amorrado su cuerpo contra un mástil gigante,
En lo dulce jornada de su eterna derroto,
Duerme Ulises el sueño más dulce de sus viajes


-Quito, - 1 936





BALADA




-Arde fiebre lejana en tus ojos, caballero
De lejanos países llegado. Arde una- - fiebre extraña
Puede crecer la duda sobre tus manos pálidas.
Puede buscar la luna, a través de tus -ojos, una ruta de fuga.
Caballero venido de un país tan lejano, cantan tus ojos duros.
Acaso de tus manos brotó, clara corriente de agua,
Frío, acerada en hielo, la muerte silenciosa.
Esa muerte sin sangre, sin mirada, sin grito.
Caballero, hace frío. Es el hierro que brilla en tus ojos.
Caballero, has venido de una' tierra lejana.
Ni el pasar de los días, ni el correr de los años,
Ni el arder de la sangre, han templado tus manos,
Ni han logrado el calor para tus ojos duros,
Ni han hallado un temblor para tu voz velada.


-He venido, es verdad, de una tierra lejana. He cruzado senderos
Donde crecía la muerte en el aire y anidaba en mis manos.
Y he soñado encontrarte. Está dura mi boca
Y están fríos mis ojos. Necesito acercarme, tembloroso, a tu fuego,
Derretir este hielo, olvidar el acero,


Fata psagina 32




INSOMNIO DE LA BARCA PERDIDA




En esta noche grande, solos las manos mías.
Fríos están mis ojos, hundidas mis mejillas
Y hay un mar de ternuras, claro e inexplorado,
Dentro del pecho mío. Ha nacido el suspiro.
Ha crecido la lágrima. Se ha estremecido el pecho.
La mano se ha elevado hasta los ojos tristes
Y ha cazado una lágrima. Lo risa no ha venido.

Mas ya saldrá una luna de estaño sobre el mundo.
Habrá azogue en las voces. Las flores serán verdes
Y la hojas moradas. En las aguas tranquilas
Una capa de aceite ahogará lo imagen de los árboles.
En un lejano río una barca pequeña
Bajara hasta el lecho más profundo y recóndito.
Un grito irá también, después vendrá una lágrima
Y, antes de la llegada de la luz, el naufragio
Habrá ya descendido hasta mi pecho atónito.

Y ni el sol, ni la voz, ni lo llamada.
Ni un lejano ladrido, ni una luna de estaño,
Ni siquiera una vieja estrella abandonada. Ni palabra
Ni luz. Solamente un oscuro murmullo,
Una sombra voluble y un ambiguo reflejo.
Honda y sorda corriente subterránea.
Sollozo, sí, sollozo. Tan sólo este sollozo.
(La mano estremecida busca una nueva lágrima.)



Todo aquí-está-en silencio.   Todo es sólo silencio.~
Voz eterna, encendida, transformada en silencio.
Una luna de estaño destroza nubes grises.
Lo sangre está lejana. La voz está olvidada.
No hay ninguna noticia de la barca perdida,
Cazadora y remera, huída de mi pecho y naufragada
Hay un frío puñal entre unas manos duras.
En el más hondo lecho de un estuario de ensueño,
Sobre piedras filudas y algas envenenadas,
Un pequeño cadáver sueña aún con la vida.


(Una luna de estaño hiela en el pecho mío.)

-Quito, 1935.






LAESPERA JUBILOSA





Ahora sí, luz nueva, llegada ya. Nacida
Sobre un campo dormido. Nacida en alegría.
Agua, dulce agua tranquila
Corriendo hasta mis manos, de tus claras pupilas.


Venida de un lejano dolor, ya olvidado,
Canta tu voz delgada. Tiemblan tus manos finas.
Una espiga de trigo madurará en un campo,
Sin que la vean tus ojos. Tus ojos de madrina.


Una espiga de trigo. Rubio sol,
Tus dulces rayos jóvenes sobre el campo dormido.
Claras corrientes de agua. Una montaña antigua
Azul en las pupilas. Rosas recién nacidas.


Joven voz, ya llegada, toda ella amanecida.
Un tranquilo suspiro para olvidar la noche.
Esta eterna mañana transitoria. Este sol
Crecido en el recuerdo, sin nubes ni crepúsculos.


Aquí, paro esperarte. Para que tú me llegues
Con esa voz antigua, madurada y ardida.
Como la nueva espiga bajo el sol de mi campo.
Como la nueva tierra, estremecida.

-Quito, 1936.

 



DULCE NIÑERA RUBIA DE LOS SUEÑOS





En tí. Recién nacida, la ternura.
La frescura del agua en la mañana.
La luz, cuando la luz es aún niña.
El color de las frutas. La suavidad del musgo.
El calor del deseo. La ingenua sonrisa.
El dolor de la lágrima. El silencio tranquilo.
La inefable palabra de la postrer canción.
En tí. Dentro de tí. Donde había nacido la ternura .


La línea de los labios. La línea de las olas.
La adorable línea de la luz en los labios. -
La palabra que salto, que se encoge y se alargo.
La palabra que crece hasta hacerse canción.
El color en los campos. El rumor dé la lluvia.
Lo llegada del viento El terror en los nidos
El viejo y lento viaje de-la nube en el cielo.
En tí. Todo por tí. Pequeña causa de las grandes acciones.

Amanecía. Amanecía eternamente
Dulce regazo eterno de la suave ternura.
No la noche. No la noche callada.
Aquí, recién nacida, tengo la luz del sol.
Tengo la luz del sol y el color de las frutas.
Tengo la luz del sol a través de las aguas.
Tengo la luz del sol saltando en la sonrisa.
Amanecía. Amanecía eternamente
Dulce regazo eterno de la suave ternura.

Volaba ella en tus alas, golondrina.
Volaba en la ligera huella de tus pasos, gacela.
Volaba ella en la luz, en el vivo reflejo
Del pedazo de vidrio, reclamo de la alondra.
Volaba en las cometas, en el azul eterno.
En la ola que salta toda la eternidad.
En el tibio calor de la ola en la playa.
En la clara palabra. En el dulce sabor.
Aquí, aquí está el límite. El límite inviolable.
De aquí no posarás en tu vuelo, canción.
Retorcerás tu línea, liviana golondrina.
Se detendrá tu paso, grácil gacela rubia.
Cesará tu caricia, suave mano tranquila.
Aquí, aquí está el límite a tus notas, canción.

Aquí, aquí la palabra. A recibir tus ojos.
A contarte los posos, niñera,
Dulce niñera rubio de los sueños.
En tu boca nació la tranquila ternura.
En mi boca nació la tranquila palabra.
En mi cuerpo nació el suave movimiento
Y este tranquilo y fuerte deseo de mis brazos,
De mis brazos morenos hacia tu cuerpo abiertos,
Dulce niñera rubia de los más dulces sueños.

-Quito, 1935





GLOZA DE LA PEQUEÑA CAZADORA





Dejad de perseguir las alimañas,
Venid a ver un hombre perseguido
A quien ni valen fuerzas. Ya ni moñas.
GARCILASO, Egloga II.





Noche ya sobre el campo los colores fundiendo.
Uniendo ecos y oyes -tu voz- desde el suspiro
Lejana luz, suave canción del sueño,
Dulces estrellas tenues titilando,
Sal del bosque de ensueño donde corre tu planta,
Pequeña cazadora, ágil como la llama,
Móvil como la ola, -tenue cual la sonrisa,
Dejad de perseguir las alimañas.


Ven a mi corazón. Aquí el descanso.
Aquí también senderos para tu pie incansable.
Aquí también el blanco para tus flechas rápidos.
Aquí para tus pasos, camino pronto y claro,


Rendido yo a tus plantas.
Ven a mi corazón, pequeña cazadora,
Trae tus flechas raudas, tu arco tenso y flexible.
Tus dulces ojos claros, tus manos mañaneras.
Dulce -mas ya tan cruel- perseguidora
Venid a ver un hombre perseguido.


Frente a tus flechas fácil blanco quieto.
Plantas paralizadas, de gozo el cuerpo tiembla,
Esperando tu dardo, cazadora ligera,
La de los pies risueños y la sonrisa clara,
Esperando tu muerte, para mi vida tuya;
La muerte, de tus manos -arco, flecha, mi herida-
Recto, suave,- sin mancha, volando en la sonrisa,
Hundiéndose en mi pecho, dulce, cual la caricia.
Pequeña cazadora, para tu ardid perfecto,
En mí ni valen fuerzas. Ya ni mañas.

-Quito, 1935.







EL ANTIGUO DESEO



El antiguo deseo, nacido con mi cuerpo,
Crecido con mis ojos, navegante en mi sangre,
Habitador secreto de la luz mañanera,
Incendiador del ojo nuevo sobre lo tierra,
Dominador del sueño, enturbiador del agua,
Crecía ya hacia tí, contaba la tranquila
Suavidad de tu luz, de tu piel y tu canto.
De tu piel a mi piel, de mi canto a tu encanto,
Saltaba, como llama impreciso y atónita.


He pensado en un niño recién nacido y suave.
Un arco iris tenue une los ojos míos.
He buscado, hasta hallarla, esta voz esperada.
El antiguo deseo te contaba: tu canto,
Tu llegada, tu risa, tu suspiro y tu grito.
En jubiloso ansiar esperador espero.
Ansiosamente ansío cantar junto a tu canto.
La luz, el agua, el viento, lo llamarada clara,
Todo trae encendido el deseo primero:


Mi canto irregulado, tu llegar afanoso,
Tus ojos desvelados, sin velos y sin sueños.
Desnudos ojos tuyos, frescos y mañaneros
En esta madrugada fugaz y persistente,
En este campo insólito, de todos los peligros,
¡Vive el grito de alerto!, sitiado y acosado.
En tu clara llegada arde el viejo deseo,
Quemando mis pupilas con rojas llamaradas.

Explorador, cazador de gacelas, el antiguo deseo,
Andador de caminos incendiados, ha capturado tu alma.
Estás tú, toda tú, alma y cuerpo, espíritu y respiro,
Corazón y palabra, en mí, en mi voz y en mi alerto.
Desvelado, sin velos y despierto, desnudo,
Ante mi mundo antiguo y mi mundo presente,
Toda tú, mi futuro, mi sueño y mi desvelo,
Extiendo estas mis manos ansiadoras, ágiles en su audacia
Para el logro del ansia no lograda y esquivo.

Y tú y mi deseo y mi voz, en tí, en tu deseo,
En mi angustia y anhelo. Todo dentro de todo
Como este mundo eterno dentro del alma mía.
Una palabra ardiente, la golondrina ciega,
El niño suave y dulce, dormido e inexperto,
Y mi deseo ardiente, despierto y desvelado,
Reconcentrado, atónito, ardiente y extasiado.

Tú, éxtasis de mi mundo, creadora de lo increado,
Creencia, creación, canción, júbilo y llama.
Mi deseo: tu cuerpo. Mi mirada: tu alma.
Tu ser, mi ser, el ser de todos nuestros seres,
Fundiéndose y ardiendo en el deseo antiguo,
Viejo como los árboles que se alzan de la tierra.

-Quito, 1937.






QUE SIEMPRE QUE TU VENCES




Que siempre que tú vences con la tarde te afrontas
Y salta tu contento a dorarme las venas,
Mientras un árbol tibio se endereza hacia el cielo
Prendiendo en honda fuerza sus raíces eternas.


Es el salto más tibio y claro en alborada
Y es perfecto el brillar de tus ojos oscuros,
Donde se alza mi sueño sobre toda tormenta
Hasta triunfar sus rayos en nieves entornadas.


No creo en los manejos eternos de serpiente
Que brillan sobre el musgo de tu regazo suave,
Ni mi tarde está oscura para no ser mañana
Juvenil y, viviente, florecer en tus manos.


No mientas. No tus ojos para el suspiro turbio
Ni tus manos de nieve y membrillo fragante
Para dañar la luz pulcra de la azucena
Que puede, tristemente, dominar el paisaje.


Yo creo en tu perfecto soñar de adormidera
Creciendo hasta el recóndito anidar de mi duda,
Capaz de mitigar en la alcoba serena
El eterno morder de mis sierpes en celo.


Puede ser que palomas más níveas aún vinieran
A anidar sobre el hombro de tus árboles tristes,
Que mi alegría cándida soltara sus cadenas
En arroyos cristales y sollozos de harina.


Es una corza pálida la que cruza nadando
Leve río de leche que en tus pechos asoma
Y es mi sed insaciable la que llena tu vaso
De palabras y angustias sobre el tacto dormidas.


Y este canto que brota de mis labios perennes
Tan sólo de la muerte se recela y se escapa,
Porque siento subir de tus huellas ligeras
El paso leve y raudo que-no huye ni canso.


Si tus muslos perfectos son corona de gracia
Para vencer en largas jornadas de ternura
Y hacer de mi esperanza un esfuerzo triunfante
Saltando por tu pecho hacia tu oscuro franjo,


Si en tus cauces mi sangre puede correr tan ancha
Y en tu mirar mi labio puede dejar su huella,
Su beso de canción estremecida que arde
Y su morder perenne de serpiente serena,

 
Si en tu campo mi estirpe puede volverse eterna
Y perder esta duda que la hace arder, perenne,
En inquietud y asalto y emboscada y perfume
Miedoso y embotante en la noche y la queda,


Tú en mi incendio recreas el perfecto sentirte
Y me haces florecer tu dulzura, aclarando;
Yo tengo ya en mis años este decir flotante
Para verte venir, recibirte y cantarte.


Óyeme, que me callo y me aduermo en tu arrullo.
Si en tí nunca está diáfana mi palabra durable
Y es tan sólo alabastro mi cantar y tu manto
Tibio abrigo mi frío en tu cuerpo y tus ascuas.


Que siempre que tú vences tus árboles se enraízan
Y en la tarde amanece un rocío entusiasta
Y yo soy en tu mano quien aprieta y quien danza
Y quien da y quien recibe y sobrecoge y canta.

-Quito, 1937









LLAMARADA Y CENIZA DE TU ANSIA




Pequeña historio clara, sobre el aire crecida.
Luz suave y encendida, flores nuevas bordadas:
Los caminos soleados atravesando ojos y. mañanas.
Pequeña historia clara, por tu boca contada,
Por tus manos vivida, por tu cuerpo alumbrada.


Sobre la soledad creció un día tu ansia.
Sobre la soledad, duro hielo en aristas,
Ardió entremecido el llamear de tu ansia.
El frío, dentro el hueso, se hundía, se encerraba.
Solamente tu llama de ansia loca y ardiente
Derretía ese hielo, clara corriente de agua
Sembrando tenue luz sobre oscuro camino.

Sobre la soledad creció un día tu ansia,
Cloro fuego de risa, de alegría, de canto.
Sobre la soledad murió un día tu ansia,
Fina fogata ardiente en sombras abatida.
Te fuiste yendo, lenta, de los callados sueños
Y una tiniebla frío sucedió o tu luz tibia.


Muy pequeño este tiempo, cuando tú, dictadora,
Ardías ansia nueva sobre hielo asolado.
La soledad me crece, la soledad me arde,
La soledad me reina, me devoro y me nutre.
Un día me nutriste, me encendiste, me andaste:
Claro camino el mío para tu pie ligero.
El duro hielo viejo formado sobre el pecho,
Cuajado en la garganta, afincado en los ojos,
Vencido en dulce lluvia, claro rocío rendido,
Fugóse débilmente en cálido camino,


Ahora, nada existe. Hielo recién nacido
Revive estalactitas sobre mis ojos fríos.
Apagada la estufa, rotos los cristales recientes,
Las ventanas se baten en huracán eterno.
Eterno ya, de días, de años, de paciencia.
Nunca más en la entrada tu mano tocará la falleba.
Nunca más tu palabra encenderá la lámpara.
En noche cruel el viento ágil y raudo
Hiere implacablemente las puertas desvalidas.
Los cristales serenos, limpidez de pupila,
Dan sobre una pradera asolada en la nieve.


Ni canción ni palabra. Ni la luz ni el suspiro.
El pecho en cruel desierto, sin saberse perdido.
Conciencia brusco y tímida en soledad, adentro.
Fuera, una risa turbia, la canción en el labio
Anudando palabras desvalidos. Hielo queriendo arder,
Estremecido hielo queriendo ser calor. Como antes,
Como siempre: en voluntad de huída, de salto, de emboscada.
Queriendo hallar lejano su mundo sólo afuera,
Nunca entrar a la caso, en donde los cristales
Estremecidos, rotos, tiemblan, encanecidos.


Es la pequeña historia que creció en la pradera
De soledad ardida, helada y encendida.
Es la pequeña historia no olvidada ni herida.
Vieja, mas siempre oven, como arisco deseo:
Aquí, eternamente unida a la tela llagada.


-Quito, 1936.






YO VENGO A HABLAROS



-GLOSA-



No sean tantas las miserias nuestras
Que a quien os tuvo en sus indignos manos
Vos le dejéis de las divinas vuestras.
LOPE DE VEGA




Yo vengo a hablaros, voz en duermevela
Y suave ardencia bajo laxos párpados,
Toda la sed del alma, toda el ansia
A flor de labio por los labios vuestros.
Dejad que digan las palabras mías
Cuanto dirían al soñar mis ojos,
Y estad atenta, que en la vida entera
No sean tantas las miserias nuestras.


Podrán venir de nuevo los minutos
En que cercanas nuestras venas fueron,
Como retornan, luz entre las hojas,


Loco exclamó ya cuando era tarde,
Cuando tú, toda labios, te extenuabas
Y yo, todo tus sueños, exploraba:
¡Cuánto y qué bien me engañabas!
¡Qué poco podías llenarme
Cuando me asomé o tus labios!


2


Ni en pobres sueños tú me abandonabas.
Ni yo te ardía en cantos desvelados.
Ni las canciones eran maltratadas.
Ni un párpado callaba en madrugada.
Alondra, acaso, pero ciega y tarda,
Luna pequeña, sí, pero velada
En hondo nube y calma de campanos.
Tan sólo yo lo sé porque yo lo hablo.
Pero en ambiente sordo de anubada,
Pero en el río tibio que me amarga,
Ya toda el alma en llanto se acababa,
Ya todo el pecho en sal se desollaba.
Y tú, falaz, donde no llega nadie,
A través de mi alma, deslizabas
Un rojo túnel de sangre.


3


De sangre roja un túnel sin aldabas.
¿Quién no sabía, dí, tu hazaña rauda?
Tan sólo el aire, porque no averiguo.
Tan sólo el rayo, porque muere antes.


Y así marchabas, la linterna en ansia
Tras la pradera donde crecen ascuas.
Yo lo sabía, sí, pero me daba
Aire perfecto de perder cominos
Y encontrar rutas negros y collados.
Porfiar es duro y nada labro el canto
Ni detective soy de soledades
Ni puedo urdir canciones reclamadas
Por los que andan sin cambiar de poso.
El río lo nombré porque sabía
Que- en sus aguas no hallaste tiernas algas
Poro enjoyarte, audaz, cuando perdías
Y todo cuanto era sed
Oscuro y triste se hundía.


4


Para qué cortejarte ya, perdida
En sed sin calma y sangre sin aldabas.
Yo tengo un sol muy tibio y retraído
Que pierde aliento cuando llega calmo
El triste remo que no tiene barca.
Para qué cortejarte, engañadora,
Sin sangre firme en labio ya que darme,
Si en túnel pobre fue que te perdiste,
Si estabas sola cual canción vedada,
Yo, que en mi soledad vivo nadando
Y quiero puerto donde hacer escala,
Para qué cortejarte yo, ¡perdida
Hasta el final de tu alma!

Quito, 1936






CUANDO ME ASOME A TUS LABIOS




-GLOSA-




Cuando me asomé a tus labios
Un rojo túnel de sangre
Oscuro y triste se hundía
Hasta el final de tu alma.

MANUEL ALTOLAGUIRRE,

"Soledades juntas", Soledad 5ta





1


Aquí en mi soledad desfallecida
Húmedas luces tientas, sembradora
De cantos y de sueños enconados,
De llanto en grito y corazón en alma.
Sin que la sangre sepa ni presienta,
Cuando tú a mi sueño te asomabas,
Cómo mi soledad, la que me ardía,
Desde tí y hasta ti todo inundaba.
Y así, el pulso, doro, deslumbrado,


Tras los veranos tas mejores frutas.
Dejad que sean y ellos vendrán dóciles
Y habitarán alegres nuestros venas,
Que vuestros ojos preferir no pueden
Recién llegados, sin historia apenas,
De pies inciertos y palabras vanas,
Y cuya ciencia superar no puede
A quien os tuvo en sus indignos manos,


Que todo cuanto de mi vida sabes
Y todo cuanto de mi ser posees
En vuestros ojos nunca está perdido
Y en vuestro sueño siempre está presente.
No en vano supe de tu piel la clave
Y de tu pecho el respirar tranquilo
Y si ya tuve tu querer perfecto
Sutil y tibio preso entre mis manos,
No puedo creer que al mío, retornado,
Vos le dejéis de las divinas vuestras.


-Quito, 1939.




TENGO AQUI ESTA Ml LUZ

 

 

-GLOSA-

 



Desta manera suelto yo la rienda
A mi dolor, y así me quexo en vano
De la dureza de la muerte airada:
Ella en mi corazón metió la mano.

GARCILASO, Egloga 1.






Tengo aquí esta mi luz, palidecida,
Creciendo en ascua, crudeciendo en hielo
Y tornando a llamear y a ser ceniza
Y humo transido en venas estrechado
Mientras los ojos míos se oscurecen
Y este mi ancho corazón se rinde
Y esta sangre que fuerte me golpeaba
Las paredes del pecho, se retardo,
Ya nada dice sol en mi vigilia
Ni dulce sueño cuando mi almo sueña:
A mi morir, en toda hora constante,
Desta manera suelto yo la rienda.



Que salta en alborada, que limpia y que titilo.
Nada sobre la tierra, que es tan grande y ardida,
Valen tu fe en mí, tu confianza y tu aliento.
Quiero decirte esto, a mi hermana pequeña,
En alta poesía, crecida en mí, en mi pecho,
Mientras un dios lloroso me emerge de las venas.
Tú mi puerto seguro, mi sangre cristalina,
Mi Adriana Carrión, mi sangre florecida.
Tú no sabías nada, cómo eras mi descanso,
Cómo reunías en brillo mis espejos trizados,
Cómo tejías seda en mí oscuro andamiaje,
Cómo aclarabas todo lo que en mí era tormenta.
Pequeña colegiata, risa y luz en el labio,
Consuelo en el latido y en calor la mirada:
Tú el sol de mi sangre, lejano de deseo, limpio
Como el agua en domingo de luz alborozada.
Hoy te - lo digo, a- tí;- la mi hermana pequeña,
Tan amada en mi pecho como el agua o la brisa,
Como un vuelo sutil, como la ola inestable,
Como la luz pequeña del día creciendo en primavera,
Como la primer gota de rocío en el alba...,
Florida y entrañable compañera del día,
De la brisa, del único latido del corazón dichoso,
La mi hermana pequeña, boya en la marejada,
Faro constante y firme, guía serena y diáfana.
En el mayor aliento de- mi angustia, el oasis;
En el mayor anhelo de mi amor, suave pan.
Por tí, en reinado tuyo, nace, limpia y segura,
Esta palabra cálida, este sol de mi ser
Por tí amanecido, para tí amanecido,
En mi pecho, en mis ajos, en mi mejor impulso,
En mi único diamante, en mi mundo colmado,
En mi mejor mañana, en mi voz y en mi paz .

-Quito, 1937




ULTIMO VUELO: OBLIGACION Y ASOMBRO




-ALEGORIA-






Con lento movimiento de alas y pausado respiro
Cruza la ruta de aire claro y tibio.
Albo, las alas perezosas, al viento abandonadas,
Con el ojo lejano, tocando ya la linde del olvido.
Vuelo antiguo, sin entusiasmo ni retorno.
Vuelo viejo, callado ya, cansado en su medio volar,
Hecho a la desganada, sin rapidez ni aliento.
Las alas van haciendo una parábola alta.
La mirada las lleva, la mirada las une.
Es una obligación, elevada en asombro.
Es una obligación y lo hay que cumplir.
Así, en esta perezosa y vieja, abandonada,
Cansada, estremecida y única alborada,
Nace su vuelo, lento, destilando tristeza.
Un esquife, en las olas, bajo su sombra clara,
Navego su tranquilo primer viaje, su viaje de entereza.
Aliento, vuelo, aliento: cumplir he tu destino.
Un esquife muy joven bajo lento batir de viejos alas.






SUAVE SOL DE MI SANGRE




Joy of my sorrow, never can we part.

GEORGE SANTAYANA, Sonnets.






En tenue claridad y en corriente tranquila,
En la atmósfera límpido y en e! grito de júbilo,
En la lágrima tierna, tímido y vacilante
Y en mi sangre, a la hora en que ella amanece,
Cuando en la rosa abierta viven sol y rocío:
Allí estás tú, Adriana Carrión, flor y murmullo
De mi sangre, pequeña luz perenne,
Descanso de mi angustia, puerto seguro y diáfano.
Sólo en tí se refrescan estas sed y amargura
Crecidas en la tarde, maduradas en sombra,
Tan sólo tú las siembras en arrebol y aurora,
Tan sólo tú las ardes y las limpios, Adriana,
La mi sangre en diamante y en tul y en mediodía.
Ni el más suave musgo, sobre el herido pecho, compasivo,
Ni la voz más soñado por las venas ardidas,
Ni el sol que doro el alma ni el agua que la limpia,
Valen lo que tu voz, en suave miel de amor amanecido,
Valen lo que tus manos, hermanos de las mías,
Valen lo que tü sol, que es mi sol florecido,
Ni lo que tu mirada, brotando desde un agua tranquila.


No hay en mi soledad clara palabra
Y es hondo el desaliento que me rinde
Y tengo sed y no hallo y me revuelvo
y' preso estoy de mí y en mí estoy ciego
Y nube espesa se me cruza y vendo,
Pecho con pecho en cal, en celda, en'f río,
En ansia no dormida, sí callada,
Sí en desaliento, ahogándome, vencido,
Mientras mis años mozos se evaporan
Y ya soñar no puedo, y ya las horas
Pasan lentas y hieren y hacen burlas
A mi dolor, y así me quejo en vano.


Yo tengo para mí que nada sirve
El roerme las uñas ni el herirme,
Ni el sorberme las lágrimas y el alma
Hasta sangrarme el corazón por dentro.
Yo tengo paro mí que mi palabra,
Entrecortada, herido, me acuchillo,
Y que esta fuerza moza de- mis monos
Cada día se pierde y que estos horas
Que mi riqueza son, como las -aguas
Sobre desnuda roca, están perdidas.
Yo tengo para mí que nada logro
En quejarme,- en la noche y en la herida,
De la dureza de la muerte airada.


Supe reír y andar-y hallar camino -
En todos los --terrenos. - Hoy, mi paso
Sí, yo lo sé, y ello hace mi vida -
Y ello, está en mí, cuando despierto sueño
Y cuando en pleno sueño estoy despierto.
Ya han pasado los años en que, niño,


Muralla encuentra en fáciles llanuras
Y mi mirada sombra en pleno día
Y mi alegría llanto y mi sonrisa
En luto crece y nunca está robusta.
Tan sólo yo lo sé, sólo lo entiende
Mi herido pecho que amargura anega:
Ello en mi corazón metió la mano.

-Quito, 1938.





Hay un frío de invierno y no es sino el otoño.
Las hojas secos vuelan también su primer vuelo.
Los corrientes de agua se preparan al sueño,
Todas las casas hacen su provisión de leña
Y las canciones tiemblan en la garganta tierna.


Abandonadas olas, mirada perezosa y cansada.
El cisne vuela nubes, reboso tumbos de aire,
Entrecruzo los rutas ágiles de las águilas
Y ve venir, lejana, lo mano vengadora.
Retorcerán tu cuello con ferocidad nítida.
Se taparán la orejo para no oír tu grito.
Y tú lo sabes todo y tú lo sientes todo
Y tú vuelas, rebosando las nubes, batiendo tumbos de aire,
Hacia el lugar en donde retorcerán tu cuello
Entristeciendo en frío el claro ambiente tibio.


El vuelo perezoso cruza mi olmo cansado.
Cisnes albos, ¡afuera!
Necesitamos oves ágiles.
Hoy crece una tranquila ferocidad en mis monos recientes.
Ven, albo cisne antiguo, con tu volar cansado y carcomido.
Trae tus alas cándidas, tu cuello tenso y triste.
Retorceré tu cuello, tantas veces tronchado
Por esas manos mías. . . . Quiero huir del silencio.
No quiero ver tu sombra, cisne enfermo y herido.
Quiero huir del silencio, no mirar el abismo
Abierto, aquí, en tu sombra, cisne antiguo,
Cuando ella pasaba por sobre el pecho mío.

-Quito, 1935



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