Premio Nacional Eugenio Espejo

Discurso

Quito, Octubre 16 de 1986

 

Pido a vuestra generosidad permitirme volver la mirada hacia los años en que para mí comenzó la vida consciente. Allá, tras la dulce niebla que los envuelve, solo veo libros, libros, libros. Entre ellos se desenvuelve mi vida, son su china y su ornamento. En buen día, me veo ya escribiendo. ¿Quién me enseño? ¿Que voz me llamó? Desde ese día entre los días casi no hay uno, en esta larga vida, en el que no haya escrito. Frente a mí está siempre el lector: lo percibo claramente: con el discuto, concuerdo, discrepo. A él lo quiero convencer, distraer, consolar. ¿Me lo pidió? ¿Me necesita? No lo sé. Comprendo que éste es mi destino, y lo cumplo. El lector es mi compañero constante, que no me deja solo: quiero que él piense como yo y quiero, a mi vez, pensar como él. Cuando intuyo que lo he interpretado, que expresé fielmente su sentir, exclamo jubiloso con Rimbaud: "Yo soy los demás!".

Por mi parte, como el viejo Longfellow, le daré gracias a la vida. Me ha dado el amor, me ha dado el trabajo, me ha dado ha luz del entendimiento, he recibido de ella la fuerza necesaria para vencer la adversidad y por su virtud he podido escuchar la voz de mi patria y, como Ricardo Güiráldez, llevar a mi pueblo en mi pecho como la custodia lleva la hostia. Me ha sido concedido crear belleza con mi mente y vida con mi amor: mi compañera y mis hijos me miran en este instante solemne y sé que son mi vida, lo mismo que mis libros y el articulo con el que cada día dialogo con mis conciudadanos desde hace cincuenta años. Nunca he sido un extraño al vivir de mi pueblo, nunca estuve ausente de su afán, de su sed, de su esperanza.

Si torno la cabeza y contemplo el largo camino recorrido, comprendo que he puesto en mi obra, - lo diré como John Steinbeck lo dijo un día - "casi todo lo que yo tenia, y aun no está llena: hay en ella dolor y excitación, sentimientos buenos y malos... el placer del constructor, algo de desesperación y el goce indescriptible de la creación".

La vida, que todo esto me dio, bendita sea. Mi corazón la ama. Ya en mi edad mayor, lleno de días y de noches, repleto de recuerdos, he aquí que, con increíble bondad, he sido escogido entre mi generación para recibir el mas alto homenaje que un escritor ecuatoriano pueda ambicionar. Yo no lo merezco, mi generación si y es por ello que lo recibo con el corazón lleno de humilde alborozo, mientras un rocío ya olvidado viene a mis viejos ojos. Gracias por tanta generosidad. Gracias por tanto bien. Terminare estas pobres palabras diciendo lo que Boris Pasternack en ocasión muy parecida: "Infiniment reconnaissant, touche, fier, entonne, confus". "Infinitamente reconocido, conmovido, orgulloso, asombrado, confundido".

 

Señores.

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