Árbol

Te veo, aquí, batido por un viento de siglos,
duro, casi acerada tu tierna celulosa,
la corteza rajada, llena de hondas grietas, 
arrugada en los años, 
y las raíces ocultas, misteriosas, 
pero siempre presentes, 
caminando entre tierras disímiles, 
entre hoscos estratos, bordeando piedras duras, 
cortando rocas con terribles diastasas de diente irresistible,
en busca de la tierna vida, de la suave, la dulce, 
la buena savia activa que circula, 
que danza, que corre, que anima y que levanta. 
Te veo, aquí, batido por un viento de siglos, 
tierna fábrica de hojas tenaces, 
inmóvil bajo el cielo, en perpetuo y erguido sobresalto, 
con el poema químico de fu clorofila, 
subiendo bajo el sol hasta tu límite,
tu límite impalpable, invencible invisible, infranqueable, 
aplastando tu copa 'contra el muro del aire,
el muro, el muro, el muro que te cerca, 
ser de dos mundos, ser de! aire y la roca, 
ser del viento y ¡a tierra, la luz y la tiniebla. 
Te veo, aquí, aplastando tu copa contra el aire, 
hundiendo, insaciables, tus raíces mortales, 
hasta estrellar sus tiernos filamentos ávidos,
contra el oscuro límite, el límite infranqueable, 
el límite invisible, el límite palpable de la roca profunda. 
Ser durable entre límites tenaces.
Ser de doble mundo, aerobio y subterránea, 
anfibio, sonoro y silencioso, 
que creces en dos direcciones y eres fuerte y potente, 
y te mueves hacia el norte perfecto y el auténtico sur, 
ser de perfectas dimensiones verticales, 
explorador y visor de ojos ciegos y hondos pies inmóviles, 
airoso y tierno, libre y encadenado, indefenso y terrible, 
sin inquietud, sin prisa, sin paz y sin batalla,
conocedor del verdadero movimiento, 
de la actividad plena, del ascender y descender simultáneos, 
habitante de las alturas y las profundidades, 
de la sed y la hartura, del verano y la lluvia, del aire y del vacío, 
de la sociedad y la soledad. 
Vegetal, en célula susceptible de endurecer sus bordes 
estás edificado y creces y amas en el viento 
y duermes en las noches y floreces y cantas, 
lleno de pájaros y luciérnagas, lleno de orugas y capullos, 
con las hojas inmóviles y móviles, ansiosas y sedientas, 
pulmones incansables de color de esperanza, 
Vertientes y ventosas, manantiales y esponjas, 
sexos y movimientos, pulmones y orinales. 
Te veo, te respiro, te empujo y te arrebato 
y me subo a tus ramas y me acojo a tu sombra 
y te canto y te auguro muerte en hoguera y lluvia, 
sepulcro de ceniza y fosforescencia de cámbaro, 
agonizar de hacha y fulminar de rayo, 
héroe de tormenta en despojo de barco, 
suave sostén de nido y padre de semilla, viga de casa, 
leña de tierna hoguera, madera de altar, tibia cama nupcial, 
silla humilde pintada, violín, santo, ataúd, poste de luz eléctrica, 
arma mortal y dura, fiera astilla filosa, 
ventana de mi cuarto y piso de mi alcoba, 
balcón donde Romeo se abraza con Julieta y mástil donde 
Ulises huye de la sirena. Sé cómo tú dormías en la semilla oculto, 
pequeño, en mi bolsillo, impalpable e ingrávido,
 y sé que ahora tu peso me libertaría el alma.
 
Sé cómo allí, en tu flor, un insecto dorado
te fecundó con polen lejano, 
en amor de viento o de abeja, en limpia gota de agua, ¡OH árbol!, ser sediento, 
afín de mi materia, que tiene sed
y de mi voz, que es también un árbol, 
árbol de sangre dentro mi humilde arcilla vertical 
que se tiende para el placer, el sueno o la amargura 
y muere endurecida como tu viejo tronco, 
árbol de mi cuerpo, que crece en un solo sentido
y mi amor, que es amor de compañía 
y no de viento o de abeja, 
y mi semilla, que flota en húmedos humores
y es violenta y es frágil y lenta y paciente 
y llena de diversas humedades molestas. 
Te veo, aquí, batido por un viento do siglos, 
aplastando tu copa contra el aire, 
moviéndote hacia arriba y hacia abajo, 
ser de dos mundos, y te contemplo con mis ojos humanos, 
yo, ser de un mundo pobre, ¡obre aerobio ser sin raíces, 
desplazándome horizontalmente, incapaz de tu fuerza y de tu hondura alta y de tu altura honda 
y tu semilla mínima y fu amor sin humores. 
Te veo, muerto en fosforescencia o en polilla
-fría luz de fantasma, harina de los siglos- 
y me veo, muerto en podredumbre y hedentina
-rebelión de mi carne, castigo de mi ansia.- 
Te veo, cadáver en harina, en perfume y en hongo 
y me veo en gusanos, en cal y en ataúdes 
de tu carne aromosa labrados, manchando tu perfume 
con mi hediondez ya póstuma


Loja, 1940

 

 

 

Canto a mi Silencio

Quiero escuchar ahora mí silencio.
Quiero oír mi callar, oírme, tenso, 
callando pulso a pulso, vena a vena, 
párpado a párpado, en mi secreto ser, 
tras de mi cabello, a espaldas de mi piel, 
en la sagrada misteriosa sangre 
que nutre el corazón, allí, donde, es más fuerte 
la sed de mi silencio; donde calla, 
agradecido e intimo, mi cuerpo silencioso. 
Quiero oírme callar en el profundo 
Incansable silencio de mi cerne, 
tras la jugosa pulpa de mis labios, 
tras la austera presencia de las uñas, 
en la perfecta urdimbre de los músculos 
que mis dedos conducen, en el mismo 
incomparable y tierno ligamento 
de mis nervios oftálmicos, en el secreto 
recodo de mis corvas, en la pura 
sutil y triste sed de mi pestaña, 
en el mundo de seres silenciosos 
que guardan mis testículos callados, 
en la obscura cobija de mi pelo 
y en la callada fuerza de mis años. 
Oídme bien: yo callo y me presento
-dentro de mi a todos mis silencios; 
Se cómo allí, en tu flor, un insecto dorado
Él fecundo con polen lejano, en amor de viento o de abeja, 
en limpia gota de agua, ¡Oh árbol!, ser sediento, 
afín de mi materia, que tiene sed
y de mi voz, que es también un árbol, 
árbol de sanare dentro mi humilde arcille vertical 
que se tiende para el placer, el sueño la amargura 
y muere endurecida como tu viejo tronco,
árbol de mi cuerpo, que crece en un solo sentido
y mi amor, que es amor de compañía y no de viento o de abeja, 
y mi semilla, que flota en húmedos humores
y es violenta y es frágil y lenta y paciente 
y llena de diversas humedades molestas. 
Te veo, aquí, batido por un viento de siglos, 
aplastando tu copa contra el aire. 
moviéndote hacia arriba y hacia abajo, 
ser de dos mundos, y te contemplo con mis ojos humanos, 
yo, ser de un mundo pobre, 
pobre aerobio ser sin raíces, desplazándote horizontalmente,
incapaz de tu fuerza y de tu hondura alta y de su altura 
honda y tu semilla mínima y tu amor sin humores. 
Te veo, muerto en fosforescencia o en polilla
-fría luz de fantasma, harina de los siglos
y me veo, muerto en podredumbre y hedentina 
-rebelión de mi carne, castigo de mi ansia- 
Te veo, cadáver en harina, en perfume y en hongo 
y me veo en gusanos, en cal y en ataúdes 
de tu carne aromosa labrados, manchando tu perfume 
con mi hediondez ya póstuma


Loja, 1940

 

 

 

Misterio

SUAVEMENTE circula, suavemente, y la sangre
en purpúrea penumbra aclara su mar cálido.
Suavemente. En el fondo de recóndita arteria 
de la penumbra una luz sollozante.
Se acerca al corazón. El corazón no mira, 
el corazón trabaja, en la vida hasta el tierno 
cogollo sumergido. El corazón trabaja 
y una humilde burbuja de luz, en él nacida, 
va ciega y suplicante a través de mi sangre. 
Solloza. Sufre. Llega a la muñeca y mueve 
la mano en vano anhelo. Regresa por el hombro, 
hasta los pies desciende y el paso, vacilante, 
cambia su rumbo. Al pasar por el sexo, 
el corazón de amor se estremece y mi alma suspira. 
Y cuando al labio llega
una palabra frunce su verdad transitoria. 
Y, de pronto, en los ojos hay un vivo destello 
que de la sangre viene y a la sangre regresa. 
¡Y qué suave y qué tierno y qué lento y qué tino
este ir de la luz, prisionera en las venas, 
dirigida a morir en el oscuro seno
de la sangre profunda que e! corazón anega!

Loja, 1943

 

 


La Verdadera Alianza


VEN, acércate, escucha cómo rute en mis venas
el oleaje profundo de mi muerte, que espera. 
Acércate y escucha. Pon tu mano desnuda 
en mi desnudo pecho, en la tetilla izquierda, 
bajo la cual no duerme el corazón inquieto.

Mírame con tus ojos: mírame cómo vivo 
rodeado por mi muerte sitiado por sus sombras. 
Acércate y escucha. Oye cómo el silencio 
crece desde mi mismo y a mí mismo me anega.

Ven, tu, que eres la vida, y has migas con mi muerte.
Sólo te tengo a ti, sólo la tengo a ella
Tú mi hoy y ella, hay y futuro
y he de ir de tus brazos a Su calma, a su seno.
Y ella es más que tú y yo soy más de ella.
Tú eres sólo mi amiga y esta aquí, a mi lado
y me enlazan tu brazo y tu sed y fu aliento
y hay un aire de Olvido nadando en nuestras almas.

Ella

jamás marcha a mi lado. Es parte de mi mismo
Vive en mi sangre misma: es yo mismo: es mi carne:
 
es mi viva materia que guarda en sí el reposo. 
Entre ella y mi alma va nadando mi sangre.

Ven.

Con tu oído en mi pecho, con tu boca en mi boca, 
tu alba mano desnuda sobre mi corazón:
ven, tu, hoy de mi vida, y con mi muerte amiga 
has amistad profunda, que es ella mi verdad 
y es ella mi futuro y es mi hoy y es mi paz. 
Y ofréceme en tu boca y en tus pecho desnudos 
el seguro camino para hacerme el amigo 
de verdad de tu muerte, que en ti vive y espera.

Solo por el camino de esta amistad de sombra:
tu muerte con mi muerte, una sola sus sombras,
uno sólo su aliento en su seguro día 
podremos ser, completos, un solo ser que espera 
y que vive y que ama y que goza y suspira. 
Unidos ya en la vida: conociendo la muerte, 
seguros del mañana que en la sombra palpita, 
seguros del seguro porvenir de gusanos, 
sabiendo ya, en la vida, el mas grave secreto:
vueltos ya verdaderos: verdadero tu amor 
y mi amor verdadero
sin olvido nadando entre tu voz y mi alma. 
Porque, a pesar de ir divididos en doble 
ser de distinta esencia y de cuerpo distinto, 
ser de distinta sangre y palabra distinta, 
tendremos solamente que morir una muerte 
y será ella el nudo de unión de nuestras almas 
y su verdad.

Loja 1944


El Ángel de la Espada


YA no sé mi secreto
porque tú lo has robado,
ardiente, en silencioso momento sin preguntas.
Ya no lo sé,
ya lo perdí,
mas tengo tu secreto y tú no me lo diste,
pero yo lo tomé
y desde entonces ante mi estás desnuda
y tengo entre mis manos tu alma limpia
como tuvo tu madre, en niños días,
desnudo y luminoso tu cuerpo sin penumbras
y tienes sed de mí y no tienes dónde guarecerte
y estás desnuda, si,
y tienes mis vestidos y yo estoy desnudo	
ante ti
y tengo sed de ti
y ante tu mirada tampoco tengo dónde guarecerme.
Hemos pecado, sí.
Estamos sin vestidos y Dios nos envía ya el Ángel de la Espada. 
Estamos ya ardiendo en la vergüenza del minuto siguiente
y el ojo no descubre las hojas de la higuera 
y estamos mirándonos, en silencio, 
llenos de sed de nosotros mismos, 
de renovada sed.
¡Oh, si, tenemos sed,
desnudos nos miramos, 
la manzana comimos 
y no estamos saciados!
Ven hacia mi, desnuda, si, desnuda, 
sin tu secreto puro, 
ven hacia mi, desnudo ya, sin secreto ninguno, 
ven hacia mí que juntos hemos de guarecernos 
tras el turbio misterio de este secreto nuestro, 
sólo nuestro, 
que no podrá atravesar el ojo del Ángel de la Espada, 
que estará seguro ante los ojos de Dios 
porque es su mismo secreto-el de la Creación, 
el de la Vida- 
el secreto que hace germinar a la tierra 
y parir a la carne.



Loja, 1943






AMOR

1

Presencia


Esta. El aire palpa sin cesar sus costillas.
La luz, que lo atraviesa, se encoge en sus tendones
y se alza en sus rodillas. Y nadie lo presiente
ni lo olvida. Está. Entra en el alma y la domina.

Y a su llagada tibio aliento extiende 
paz en su torno, corno dulce aceite 
paz generando en mar alborotado. 
Su mano extiende y todo va aquietando.

En la garganta se hace nudo y nadie 
desanudarlo puede. La voz cambia 
y se enronquece, cálida y amante. 
¿Quién desanuda el nudo verdadero?

¿Quién seca el mar? ¿Quién el incendio apaga? 
¿Quién nos diría que el rocío quema? 
Dulces palabras que en el alma cantan 
el aire llenan y sobre él caminan.

Y yo, que solamente soy un hombre 
que anda vestido y se avergüenza y teme 
su verdadero ser, su íntima esencia, 
¿cómo voy a negarlo si lo siento?


Si él mi alma vuelve caminante, 
si el mi sangre vuelve enardecida, 
si ya por él mi voz desencamina 
su tono y, acezante, arde y llovizna.

Está. Nadie lo niega ni presiente.
El alma, siempre, en al misma lo guarda.
Cuando se alza, nada se le opone.
¿Quién seca el mar? ¿Quién la tormenta acalia?



2

Derrota

TODO lo vence. Todo. Como aceite
que al mar derrota y calma y acomete.
Como rayo que llega y no pregunta
sino anonada, rápido y potente.

Así llegaste, así. Ya la derrota
todo lo cubre en mi, todo lo anega.
Mis duras olas, invencidas, vence.
Mi resistencia, resistir no puede.

Y me dé paz, completamente, amiga.
Paz a mi angustia, pan a mi fatiga,
lágrima tímida a mi ojo airado
y un lecho tibio a mi dormir callado.

Fiesta perenne el alma ya atesora.
La sangre pide posesión completa.
Dulce derrota que me das la calma
de un cuerpo amigo para mi miseria.
 
Dá luz esta derrota a mi tiniebla, 
carne a mi carne, objeto a mi potencia, 
sed a mi boca, sed siempre saciada 
por la su boca, la única que aplaca.

Derrota dulce, quién no te conoce
nada conoce de la vida entera. 
Vive vestido sin estar desnudo 
bajo el vestido que su cuerpo envuelve.

En condición perfecta para verte 
tenerte adentro y resistirte fuerte:
que sólo airado vences, verdadero 
y das la paz, llenando el alma entera.


Loja, 1940

 

 


Plegaria

Guárdame corno lo negro de la
niña del ojo, escóndeme con
la sombra de tus alas.
Psalmo XVII de David.



GUÁRDAME sí, tres la cálida sombra  
de sangre y sus ff0, de pestaña y lágrima. 
Guárdame tras la roja cortina de tu párpado, 
en la escondida cámara de tus puras miradas. 
Donde una roja urdimbre de venas encendidas 
cruza la blanca córnea, arroyos llameantes
tras la menuda lluvia de las lágrimas. 
Mira que aquí una luz, árida y seca, 
en verano y desierto sin cesar me rodea. 
Mira que cruel sequía tras mi cabeza acrece 
sus fuegos y secanos, su sed y calavera. 
Tiende las anchas alas, mi protectora halada,
cobíjame y protégeme en tu sombra, en tu párpado, 
detrás de toda cruel soledad ardedora, 
de toda luz soltera, árida, enarenada
en secas dunas crueles sin senderos ni oasis, 
Déjame protegerme tras la dulce cortina 
donde tu sueño o sueña, donde tu llanto llora, 
donde tu vista aclara su luz de compañía,
donde tus dulces alas crean sombra y capullo 
y producen un clima de ternura y asombro 
y luego, entretejido de lágrimas y ansias, 
dan el remanso límpido y sacian luz amiga 
llenando hasta su borde la copa de la sangre.

Loja, 1943

 

 

Tengo frío en los dedos...
Tengo frío en los dedos y se alza en mis pupilas
oscura niebla helada sin brillo ni destellos. 
Y sin hacerse oír, sigiloso y osado,
un grito enfurecido me hunde sus largas uñas. 
El tiempo se detiene y la espera es tan lenta
como un río en llanura, como un árbol sin viento
que empantanando fuera el espejo de mi alma. 
Como sordo gusano cuyo aliento se duerme 
va arrastrando su anillo la espera sobre mi alma. 
Un grito que no se oye, un rayo que no brilla, 
un cuchillo filudo que en la carne se hunde 
y no corta ni sangra y no hiere ni arde. 
Reniego de las ascuas que mi planta mordieron 
sin quemarme la piel, sin levantar ampollas, 
sin destrozar los huesos delgados del tobillo. 
Reniego de las uñas que se hundieron feroces 
y ni un rasguño tímido dejaron en el pecho. 
Reniego y grito y pido y lamento sollozo 
y transcurre la espera en lentitud eterna. 
Al esperar, el alma se me encoge y tirita. 
No quiero eternidad entre ti y mi deseo. 
No quiero lento río entre tu alma y mi cuerpo. 
No quiero que en tus brazos se duerma el tiempo frío 
ni quiero que en mi alma te borres por el tiempo.
Quiero tenerte aquí, en mi cama, en mi noche, 
en mi día, en mi boca, en mi sed, en mi carne. 
Quiero que estés presente, dulce agua en el vaso 
que el caminante lleva, sediento, hasta sus labios. 
Quiero tenerte aquí, sentada en mis rodillas 
con los senos punzándome la camisa delgada. 
Quiero tenerte presa en mis brazos de hombre, 
escuchando vivir tu sangré en mi pecho.
Ni el aire entre nosotros, ni el soplo de la brisa. 
ni la luz de la estrella, ni el suspiro, ni el día, 
Unidos y estrechados en el aire y las horas 
como luz y calor en ardiente fogata.
Unidos y estrechados, sin aire, si, sin tiempo, 
sin palabra, en latido perfecto acomodados. 
Dueño yo de tus noches, dueña tú de mis noches, 
dueño yo de tu sed, dueña tú de mis ríos, 
dueño yo de tu cuerpo, dueña tú de mis ansias, 
verdaderos, sinceros, ardorosos y humanos, 
crecidos como sangre en hora de batalla, 
milagrosos y eternos, como oleajes y espumas, 
como piedra, como agua, como sed, como viento. 
Dando a la vida eterna, la eterna dulce vida, 
su pedestal de sangre, de carne, de amargura, 
de amor, de verdadera y humana sed y lluvia:
germinando, incesantes, como la Madre Tierra:
humildes, poderosos, tiernos y pensativos:
tú, ¡a mujer; yo el hombre. Sin ansia y sin espera.


Loja, 1942.

 

 

Yo te estero, mi luz...

Yo te espero, mi luz, y sé que has de llegarme 
como dorada aurora tras la tiniebla densa. 
Yo te espero, mi agua, y sé que has de llegarme 
como la fresca lluvia tras la dura se quía.
Yo te espero y presiento en m4 desierto ansioso,
 repleto de amargura y duro sol y llagas
de soledad que hunde sus uñas en el alma. 
Yo te espero, mi agua, mi luz mi compañía
yo te espero, mi amor. Con el alma llagada 
de soledad que rasga los más tiernos tejidos. 
Con los ojos hinchados de arena enfebrecida 
y con la sangre densa de sueños incumplidos. 
Es dura y negra y agria la noche inacabable 
y la ausencia desgarra las horas y las lágrimas. 
Se tiembla la palabra sin que nadie la escuche. 
El corazón el pecho golpea, destrenzando, 
con dolor, de las venas ¡a red roja y ardiente. 
Y sólo tú, mi amor, mi luz, mi alegre vida, 
mi aliento, mi canción, mi sed, mi llamarada, 
ausente de mi lado, quemándome en el pecho 
como un ascua incumplida, como una niebla fina 
que fingiera figuras de pesadilla, faltas. 
Mas sé que has de llegarme. Es más. Tengo el secreto 
de la palabra mágica que hará que tú te acerques
 al brocal de mi alma, al borde de mi pecho. 
Yo tengo la palabra en mis labios, la tengo 
prendida a mi garganta, atada con los grillos 
del silencio, engarriados al alma enmudecida. 
Y yo sé que mañana habré de derretirlos, 
helados velos duros en grillete forjados. 
Y yo sé que mañana mi voz hará el milagro 
y en mi sed hará, tierna, tu lluvia su llegada. 
Y yo sé que el desierto en que mi alma se muere 
se poblará hasta el borde de la alegría perfecta 
con tu dulce presencia, mi amor. Con tu alegría. 
Amanecerá limpia tu alborada en mi noche. 
Cantará mi palabra tu canción y el silencio 
Morirá bajo el manto de tu palabra amada. 
Lluvia, lluvia perfecta, que en oasis transforma 
la dura arena seca del triste pecho mío. 
Estos labios resecas, agrietados y duros 
distendiéndose, humanos, en sonrisa de vida. 
La paz. como un aceite milagroso, regándose 
sobre la dura y agria tempestad de mi sangre. 
Y en mis brazos, presente, humana, verdadera, 
material, limpia, cálida, recién amanecida, 
amor mío, estrechada te tendré largamente.  
Noche y día, sol y sombra, frío y fuego, en mis brazos 
cara toda la vida, para todos los sueños, 
para todo el correr de las horas hasta que un día llegue, 
tímida suave, humilde, la muerte como un perro, 
a lamernos las manos, nuestras manos, trenzadas 
a través de los años, en amor, ¡OH Amor Mío!.


Loja, 1942

 


Ausencia
HAY una luz lejana que en tu cabello nace
y llega hasta mi alma.
Hay una luz lejana que cruzando la ausencia 
arriba hasta mis labios
y atraviesa la sombra que cubre mi palabra
-fino alfiler la rosa atravesando-. 
Nunca la soledad de sitiarme termina:
hay una luz lejana
que hasta mi boca llega y viene de tus labios, 
Nunca el silencio acaba de llenarme:
tu voz en luz a mi alma viene y habla. 
Sólo tu luz envuelve mi morada, 
sólo tu luz
y es ella el fuego vivo que en mi lámpara arde, 
el vivo fuego, el único que me quema y traspasa 
de parte a parte como flecha airada.

Quito, 1944. 

 

 

El rostro de la amiga
SOY puro sol, limpio sol en las olas de mi sangre rielando, 
amaneciendo ardiente de suavidades ínfimas, lejanas:
perfume no olvidado de tu cabello oscuro, 
calor nunca olvidado do tus negras pupilas, 
suave sabor querido de tus labios, amiga, 
desde la sangre verdadera, profunda, del recuerdo, 
sube tu rostro amado, tiernamente querido, 
sube con su cortejo de horas que fueron dulces 
mientras fueron presentes, y que ahora son amargas, 
sube con los sollozos que a mi alma arrancaste, 
sube con ese sueño ese sueño. Que un día 
pudo ser el cimiento cíe tus horas y el eje de mis días.
-Sube, asciende, emerge desde el mar del olvido del insomnio, 
desde el amargo mar de los olvidos que nunca son Olvido 
desde el mar de rubores podridos, de sangre herida y buena, 
sube tu rostro, amiga, y con él suben lágrimas, 
jirones de mis horas más queridas, esquirlas 
llenas de amarga sangre de mis días odiados, 
manos, caricias, lágrimas, mías sí y sí tuyas 
y también manos, lágrimas y recuerdos y días 
tuyos sí y no míos y sí de otros mortales. 
(No, no fue tu traición, más si tu cobardía.) 
Sube, inmortal y amargo, querido y dulce, tierno, 
repleto de abandonos y regresos, de amores y desvíos, 
de dulces besos y de amargas horas, de cartas y de adioses, 
de paseos, de abrazos, de miradas y ruegos, 
"nada será imposible', "te esperaré a la cinco',
¿sabrán que nos queremos?, 'nos queda aún la esperanza',
y desgarro y violencia y otras manos y rostros
y cartas y canciones.. ..sobre este mar de olvidos, 
sobre este mar amargo de, olvidos que no olvido, 
asciende y se aparece tu rostro, el rostro tuyo, 
ese rostro que tanto acariciara mi alma, 
tu rostro, amiga mía, tu rostro, el rostro tuyo, 
ese rostro que nunca lamenté como ahora:
mejor no haberlo amado, mejor haberlo amado,
¡oh, que vida imposible por haberlo encontrado!
¡oh, que vida imposible por no haberlo ganado!
Sin él, ¡qué pesadilla! Sin él….sin él….como antes, 
como ahora, mi amiga, sin tu rostro en mi vida.
Loja, 1943. 

 
 
Glosa

¿Porqué volvéis a la memoria mía
Tristes recuerdos del placer perdido,	
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
ESPRONCEDA.

EN pobres sueños mi alma refugiada,
ojos cerrados plenos de amargura, 
voz en huída, gritos macerados 
haciendo fuga en paso enloquecido, 
yendo al olvido como a fuente pura 
marcha el sediento en caminar dolido, 
ya lejos, ya, de todo lo que os toca, 
de todo aquello que hacia mi os traía, 
de todo lazo que conmigo os ate, 
decidme. si, decidme, tenaz, ciega, 
incansable, falaz perseguidora, 
¿porque volvéis a la memoria mía?

Yo sólo os pido que calméis mi alma 
y me dejéis a solas con mi pena; 
que no volváis a herirme con las uñas 
con que rasgáis mi sueño dolorido; 
yo sólo os pido que en mi pecho triste 
no hundáis espinas ni rasguéis tejidos, 
ni clavos finos me clavéis ardiendo, 
ni duros grillos dais a mi tobillo; 
que el vaso de agua venga a mi cumplido
sin amarguras fieras de quinina; 
yo sólo os pido no ensanchéis mi herida,
tristes recuerdos del placer perdido.

Vuestra presencia en todo me lastima, 
vuestro recuerdo el alma me acuchilla, 
la vuestra sed en mi garganta herida, 
ni en dulce mar calmarse lograría, 
ni vuestra huella hundida en mi camino
en otra huella encontraría medida,	
Esto lo sabéis bien, y no os anima
a dejarme en mi noche sin salida
el saber que eslabón en mi cadena
ya ni vos misma serlo lograríais,
que vuestra Voz tan sólo a mi alma arriba
a aumentar la ansiedad y la agonía.
 
Esta mi fuerza se halla dolorida, 
esta mi angustia todo lo domina, 
y en las pupilas llevo enceguecida 
la luz que un día os llamó a mi vida.
Ya nada puede retornar lo ido,
ni sosegar, piadoso, la agonía 
en que me ahoga negra pesadilla:
ya solamente a lamentarse acierta, 
herido, acobardado, empobrecido, 
pálido vuelto en desangrar continuo, 
de audaz crucero en tímido navío 
por el dolor cambiado en demasía, 
por duro tiempo en vela desgarrada 
tornada aquella blanca en lozanía 
que un día fuera fuerza vencedora 
de este desierto corazón herido.

Loja, 1939.



La sombra incompleta
RECUERDO, si, tu sombra llegándome a las manos.
Lánguida, fina, tierna, lejana lluvia 
en el sueño entreoída, 
canción atormentada junto al rumor nocturno 
de un lento río que baja, misterioso. 
Así, entre sollozos, recuerdo que tu sombra 
me llegaba a las manos. Recuerdo que tu sombra en mi aire transitaba. 
Recuerdo que mis manos se asían a tu sombra, 
la alzaban, la perdían como agua entre los dedos. 
Recuerdo que la sombra de tus ojos a mi razón llegaba. 
Recuerdo que la sombra de tu voz mis lágrimas velaba.
Recuerdo que la sombra de tus manos en mis manos faltaba. 
Y faltaba en mi pecho la sombra de tus senos
y en mi sexo faltaba la sombra de tu sexo. 
Mas sí estaba en mi sangre la sombra de fu sangre 
y en mi carne, confusa, la sombra de tu carne. 
Mas no hallaba, no hallaba la sombra de tu alma. 
La buscaba mi amor y no la hallaba.
La buscaba mi amor y sangraba en su huella perdida. 
Sí. Como tú a mi lado nunca estabas completa
-siempre ausente de ti una parte de fu alma-tu sombra no lo estaba.
Y no encontró la sombra de fu alma. 
Y mientras la buscaba, oscura sombra densa 
de dura garra y fiero diente airado, 
embebió de negrura tu dulce sombra amada
en noche sin contornos, en la que hundí los ojos y la frente
mientras una saeta atravesaba, de sombra a sombra, 
mi corazón oscuro.
Quito, 1944.