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Conozco desde siempre, desde antes del primer día, toda esta oscura historia. Sé cómo crece el grito, cómo se corta el aire. Veo saltar la sangre, veo cegar un ojo, morir una paloma, anegarse una casa, flotar un ahogado, aguas de pesadilla, huir, mientras la sed quema la voz. Conozco esta tiniebla, esta sed, este grito. Oscura, oscura, oscura, negra tinta regada sobre un ojo sombrío. Conozco yo estas uñas, este pie de caballo ciego, esta garra de zorra. Conozco esta ceniza impalpable y ardiente lloviendo sin cesar sobre mi alma incendiada. Siento esta sed. Quiero esta sed, esta candela. Arde el aire, arde el mar, arde la sangre. Veo arder una llama que alimentan oscuros, negros, tenaces, fieros, hoscos gritos sedientos. Esto no tiene fin, esto no tiene alma ni cabeza, esto es solo una sed, una tiniebla, un ansia. Es sólo una perpetua tiniebla sin amparo. Conozco esta casa en ruinas, este cristal trizado, esta cabeza rota y este ojo saltado. Conozco esta desdicha. La conozco. La odio. Quiero herirla también. Quiero llorarla. Quiero una lluvia larga que la moje y derrumbe. Quiero en rayo, un cuchillo, en suave gato negro. Conozco esta espantosa tiniebla encenagada, por sus sombras camino sin tropiezo ni duda. Conozco ya este clima, este aire, esta hondonada, y en su sombra me entrego, me recojo y me lloro. Estoy aquí perdido, estoy ciego y atado. Conozco esta tiniebla, tengo sed de una luz, y no sé de una luz, y me pierdo y entrego. Llevo hasta mi garganta mis manos enlutadas y me hundo las uñas en mi voz tenebrosa. Veo arder una llama que alimentan oscuros, negros, tenaces, fieros, hoscos gritos sedientos. Esto no tiene fin, esto no tiene alma ni cabeza, esto es sólo una sed, una tiniebla, un ansia. Es sólo una perpetua tiniebla sin amparo. Conozco esta casa en ruinas, este cristal trizado, esta cabeza rota y este ojo saltado. Conozco esta desdicha. La conozco. La odio. Quiero herirla también. Quiero llorarla. Quiero una lluvia larga que la moje y derrumbe. Quiero un rayo, un cuchillo, un suave gato negro. Conozco esta espantosa tiniebla encenegada, por sus sombras camino sin tropiezo ni duda. Conozco ya este clima, este aire, esta hondonada, y en su sombra me entrego, me recojo y me lloro. Estoy aquí perdido, estoy ciego y atado. Conozco esta tiniebla, tengo sed de una luz, y no sé de una luz, y me pierdo y entrego. Llevo hasta mi garganta mis manos enlutadas y me hundo las uñas en mi voz tenebrosa.
Loja, 1942
¡Oh, si fuera aquella noche solitaria que no viniera canción alguna en ella!
Libro de Job, III -1.
No. No lo sabe mi sangre ni mi piel lo consiente, ni en mis venas oscuras su sed arde mi aliento, ni en mis negras pestañas su cansancio se abate ni detrás de mis uñas sus espinas se ensañan. No. Mas en el fondo mismo de mi entraña dolida, donde mi corazón descansa su estructura, donde la tierna médula de mis huesos reposa, hay un temor oculto, agazapado, astuto, que rehuye la luz de mi razón, que fuga ante los claros ojos, abiertos en el día. Allí está, yo lo siento, y en la oscura noche, cuando desciende mi alma al fondo de mí mismo, cuando la oscura niebla del sueño me recubre, entonces sale, otea, hunde su zarpa y gime. Todo mi ser profundo silencio hace, y espera y la sangre desliza sus glóbulos, temiendo que se le oiga el latido en la sien adormida. Todo mi ser espera, dormida la conciencia, el cabello erizado y las humildes células despiertas. Todo mi ser espera que llegue, que suceda, pues es irremediable, pues está en mi médula, en la remota médula donde nace mi sangre y en el fondo sagrado de mis células másculas donde mi estirpe duerme - . Todo mi ser espera y tinta en silencio y en tiniebla y en sueño. Mas mi sangre, sabiéndolo, lo ignora y odiándolo lo ama y lo teme y repele y atrae y guarda y busca. Y cuando ya retorna la luz, y el alma sube a la real permanencia, y el corazón despierta y la sangre sacude su terror e bincha las venas y visita las células generosa y potente, entonces yo, sintiéndome como un náufrago joven que, feliz, a la playa llegar pudiera vivo, mirándome sangrar las oscuras heridas que en el oscuro sueño el terror me infiriera, mientras la vieja, eterna, milagrosa alegría de ser un día más el mismo que yo he sido, asciéndeme anhelosa a los labios resecos, exclamo, entre estertores felices y sedientos: ¡ Oh, no es todavía, no es aún, mi alma, aquella oscura noche de silencio perenne, tan negra y solitaria, tan fría, cruel y artera, que ninguna canción viene flotando en ella!
Suavemente circula, suavemente, y la sangre en purpúrea penumbra aclara su mar cálido. Suavemente. En el fondo de recóndita arteria surge de la penumbra una luz sollozante. Se acerca al corazón. El corazón no mira, el corazón trabaja, en la vida hasta el tierno cogollo sumergido. El corazón trabaja y una humilde burbuja de luz, en él nacida, va ciega y suplicante a través de mi sangre. Solloza. Sufre. Llega a la muñeca y mueve la mano en vago anhelo. Regresa por el hombro, basta los pies desciende, y el paso, vacilante, cambia su rumbo. Al pasar por el sexo, el corazón de amor se estremece y mi alma suspira. Y cuando al labio llega una palabra trunca su verdad transitoria. Y, de pronto, en los ojos hay un vivo destello que de la sangre llega y a la sangre regresa. ¡ Y qué suave, y qué tierno, y qué lento, y qué fino este ir de la luz, prisionera en las venas, dirigida a morir en el oscuro seno de la sangre profunda que el corazón anega! ¿ De qué servirte puede tu blancura en la noche tenaz, espesa y lenta que tu cuerpo recubre? ¿Dónde el ojo que vea, dónde la luz que al ojo preste limpio camino de visión que te vea ? ¿De qué servirte puede tu fina seda suave, sin mano que te toque, sin labio que te pruebe? ¿De qué tu aroma suave sin nariz que te huela?
¡ Oh blanco lirio suave, de fragancia serena! ¡ Perdido en pesadilla de tiniebla sin término! ¡Lo mismo te daría ser áspero y moreno, lo mismo rudo cardo, lo mismo espino fiero! Ni entonces dieras pena, ni ahora das consuelo. ¡ Angustia sobre angustia tu blancura y tu seda! Que venga el viento y tronche tu tallo solitario. Que destroce tus pétalos. Que por el mundo árido de tu tenaz desierto los desparrame en raudo vuelo de incontenible piedad destrozadora. ¡ Que venga y muerte d~, piadosa, a tu blancura ! ¡ Que haga justicia dura a tu injusticia suave!
Quito, 1944.
¿De qué servirte puede tu blancura en la noche tenaz, espesa y lenta que tu cuerpo recubre? ¿Dónde el ojo que vea, dónde la luz que al ojo preste limpio camino de visión que te vea? ¿De qué servirte puede tu fina seda suave, sin mano que te toque, sin labio que te pruebe? ¿De qué tu aroma suave sin nariz que te huela? ¡Oh blanco lirio suave, de fragancia serena! ¡Perdido en pesadilla de tiniebla sin término! ¡Los mismo te daría ser áspero y moreno, lo mismo rudo cardo, lo mismo espino fiero! Ni entonces dieras pena, ni ahora das consuelo. ¡Angustia sobre angustia tu blancura y tu seda! Que venga el viento y tronche tu tallo solitario. Que destroce tus pétalos. Que por el mundo árido de tu tenaz desierto los desparrame en raudo vuelo de incontenible piedad destrozadora. ¡Que venga y muerte te dé, piadosa, a tu blancura! ¡Que haga justicia dura a tu injusticia suave! Quito, 1944.
Me encuentro en ti y me reconozco, oscuro reino del tiempo detenido. Entre tu oscura entraña que el mundo envuelve y vence comprendo el clima oscuro de mi fisiología, la profunda tiniebla de mi tórax, la honda y cóncava tiniebla de mi abdomen, las oscuras celdillas de mis pulmones donde el aire transita y los mil y un oscuros canales de mi sexo donde la vida duerme y la impenetrable y oscura y ciega y sorda corriente de mis venas y la desnuda y mágica tiniebla de mi sueño. Comprendo la tiniebla total en que mis órganos hacen el diario e incesante trabajo de la vida, la tiniebla total ea que corre mi sangre, en que nacen mis pensamientos y en que percibo la mínima luz que recogen mis ojos. Desvalido Jonás, me tiendo en tu vientre inmenso, gran ballena nocturna, y sumido en tu oscura entraña me oigo venir y me dirijo a mí mismo y me reconozco hijo tuyo, noche, gran noche que todo el mundo cubres. Venimos de tu tiniebla, ciega madre terrible y pura. y llevamos dentro de tu tiniebla todas las horas de la luz del día y rendidos por el combate con la horrible vigilia nos tendemos hacia ti, desnudos y sollozantes, niños en el regazo oscuro de la madre, y apagamos la luz apócrifa y desvalida de la lámpara y tendemos sobre los doloridos ojos la piedad de los párpados y ya estamos tranquilos y salvos sobre la paz de tu tiniebla pura, hundida en ti nuestra presencia externa siempre en contacto con la luz del día, vueltos ya, por entero, a la tiniebla originaria, y flotamos en ella y la que portamos dentro a toda hora se une a la que cubre el mundo y nos entregamos al sueño y dejamos caer la suave tiniebla sobre el claro pensamiento y somos hombres salvos. Venimos de la oscura y cálida delicia del vientre materno y la vamos llevando en las tres cavidades y la hacemos nuestra por entero ea el amado reino de la noche hasta dar, en un día de luz violenta y ávida, con la tiniebla durable del cajón de madera y la liviana tierra, y somos hombres salvos. Salvos de todo mal pensamiento y toda mala obra, salvos de todo enemigo malo, madre oscura, eterna madre fiel que nos sigues los pasos, gran ballena, madre nuestra que nos rodeas desde la noche de amor de nuestros padres hasta la paz helada del cajón de madera hundido en la liviana tierra. Mientras dura la luz del día, desnuda y brillante, audaz y justa, te llevamos celosamente guardada en nuestro íntimo reducto, en el febril e incesante relicario de nuestro tiempo cerrado, y en la noche te soltamos y nos rodeas y nos cubres, y a la noche no llevamos nuestra provisión de luz mientras durante el día jamás abandonamos nuestra provisión de tiniebla. Eres lo eterno, la oscura eternidad negra y suave, llena de mil ruidos, llena de vida y muerte, llena de nacimientos y de gritos, poseída del silencio esencial de la vida, de la oscura vida, de la rica y oscura vida que solamente en la oscuridad crece y crea y que toma de la luz solamente una fuerza para hacer con ella en la tiniebla el trabajo y que en la luz perenne se seca y muere, en flaca, árida arena consumida. De ti hemos venido, tiniebla, y hacia ti vamos sin dejarte por completo un solo instante. Madre oscura y próvida, de tu mitad de eternidad venimos y vamos hacia tu otra mitad de eternidad, ansiosos de completarla, de volverla redonda como el mundo y de ser otra vez oscura tierra para volver, en tu seno, al cielo de la vida, que ea oscura y que nunca acaba, como tú, oscura y suave madre de la calma y el sueño.
Bogotá, 1946.
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