Poesia

 

 

Poemas de un portero
Poesía de la soledad y el deseo
Tinieblas
Poésie Ecuatorianne du XXe Siècle
Canto a la América Español
a
El tiempo que pasa
From the equator
Agonia del Arbol y la Sangre

Era inevitable el que yo fuese poeta: lo fue mi abuelo, Manuel Alejandro Carrión Riofrío; lo fue mi padre, José Miguel Carrión Mora y lo fueron sus hermanos Héctor Manuel y Manuel Benjamín; lo fue mi tío- abuelo Emiliano Mora Bermeo y mis tíos-segundos Eduardo Mora Moreno y Manuel José Aguirre: la poesía estaba en mi sangre. No se ya cuando escribí mi primer poema, pero a los 14 ya los publicaba y a los 17 tenía listo para la imprenta (a donde no fue sino después de muchos años) mi libro primigenio, “Poemas de un portero”.   

Creo que soy poeta: el expresarme en poesía es consustancial con mi ser. Escritores de clara sensibilidad crítica como Gonzalo Zaldumbide, Isaac J. Barrera, Benjamín Carrión, Angel F. Rojas o Alfredo Pareja han encontrado en mi prosa, en cuentos o ensayos, viva mi poesía. El don poético solamente me ha sido negado por el crítico Hernán Rodríguez Castelo, quien lo hizo por seguir a Enrique Anderson Imbert (1), exagerando al seguirlo, pues el crítico argentino no negaba que yo fuese poeta, sino que decía -refiriéndose a mi poema “El árbol”- que “pesos innecesarios” cargaban mi expresión. En todo caso, para mí una golondrina no hace verano. 

Dije ya que mi primer libro de poesía fue “Poemas de un portero”, escrito cuando yo era colegial de secundaria. No lo publiqué oportunamente y se perdieron varios poemas. Su ingenuidad es, acaso, su único mérito: para Alberto Baeza Flores, que escribió un ensayo sobre él, hay en su inocencia cualidades que yo nunca sospeché. En sus páginas se halla el “Poema del canto viajero”, con el que gané en 1933 el primer premio del Instituto Nacional Mejía: allí se anuncia ya parte de mi poesía de “Luz del nuevo paisaje”. Incluí mí libro adolescente al publicar la actual colección por primera vez en 1961, diciendo: “¿Quién tiene valor suficiente para arrojar de su vida el recuerdo de su adolescencia?”  “Luz del nuevo paisaje” se publicó en Quito en 1935, gracias a la generosidad sin límite de Jorge Fernández, que usó la hermosa imprenta de su padre don Leopoldo. Salió a un tiempo que “Escafandra”, de Ignacio Lasso, “Canto a lo oscuro”, de Humberto Vacas Gómez;Nuevo itinerario”, de Pedro Jorge Vera: todos libros iniciales de poesía, junto al libro de cuentos del propio Fernández titulado “Antonio ha sido una hipérbole”. Los escritores de “Elan” llegábamos al libro. El mío fue  maravillosamente ilustrado con grabados en madera de Eduardo Kingman y tuvo increíble éxito, iniciado por un artículo de Jaime Chávez en “El Día”. El poema “Buen año” fue traducido al inglés y al alemán; y el poema “Luz del nuevo paisaje”, al inglés y al francés.

Los poetas norteamericanos Dudley Fitts y Franóis St. John tradujeron, además, al inglés “Bloqueo a la esperanza roja”, “Canción de la cosecha”, “Cimiento y desarrollo de la vida tranquila”, “Sequía” e “Inundación”, y la editorial “New Directions”, de Nueva York, los publicó en texto bilingüe a tiempo que me proclamaba uno de los cinco “Jóvenes Poetas de América” con Tennesee Williams, John Frederick Nims, Jean Garrigue,   Eve Merriam y Dudley Fitts me incluía en su monumental Antología de la Poesía Americana, producida en edición bilingüe por la propia New Directions.

La Revista Hispanoamericana de Buenos Aires, dirigida por Victoriano Lillo Catalán, me confirió su Premio Hispanoamericano de Poesía; Marcos Fingerit me invitó a colaborar en su famosa revista “Fábula”, donde hacía sus primeros ensayos, desde España, Camilo José Cela. En Guayaquil, la famosa página literaria de “El  Telégrafo” proclamaba a “Salteador y guardián” el mejor poema del año 1934: ilustrado maravillosamente por Eduardo Kingman, este mismo poeta ganaba el concurso de la Primera Exposición del Poema Mural, en Quito.

No me puedo quejar de la suerte de mi primer libro.  “Poesía de la soledad y el deseo”, una colección en la que di un viraje entonces muy discutido entre mis pares, y que yo consideré valiente, escapándome definitivamente de la poesía comprometida y poniendo de nuevo en actualidad entre los jóvenes poetas “los temas eternos”, se publicó en los Anales de la Universidad Central, que dirigía mi inolvidable amigo Alfredo Chávez y circuló luego como “separata” prestigiada por un bellísimo dibujo de Eduardo Kingman en su portada. Se lo dediqué a Benjamín Carrión en prenda de una admiración nunca disminuida y gustó mucho. Fui entonces, a pesar de mi juventud, promovido a Representante de la Poesía en la Junta General de la recién fundada Casa de la Cultura Ecuatoriana; mi poema “Dulce niñera rubia de los sueños” comenzó su carrera triunfal, hasta hoy no detenida, por todas las antologías, y Dudley Fitts lo tradujo mágicamente al inglés; “La espera jubilosa”, convertido en letra de un pasillo, ganó el primer premio de la canción nacional gracias al malogrado joven maestro Ángel Benigno Carrión: hoy esa canción se encuentra olvidada; Juana de Ibarbourou escribió diciendo que yo tenía la inocencia de no saber cuán gran poeta era y Alberto Hidalgo me incluyó en una lista de los mayores poetas de América. Con un poema hermoso prologó mi libro Augusto Sacotto Arias

Agonía del árbol y la sangre”, una colección desigual, en la que exploro muchas direcciones de la expresión y de la técnica, salió en las prensas de la Universidad de Loja con bellísimos dibujos surrealistas de Eduardo Kingman: debo esta edición a la generosidad nunca colmada de Carlos Manuel Espinosa, entonces Vicerrector de la Universidad. Este libro comienza con el poema que censuró Anderson Imbert y permitió que, basado en su autoridad, el señor Rodríguez Castelo me expulsara del Parnaso. Hubo polémicas: algunos amigos, que no aprobaron mi alejamiento de la poesía comprometida --entonces llamada “poesía de cartel’ ‘-- me acusaron de haber plagiado ese poema de Emile Verhaeren: respondí a tal despropósito publicando juntos ambos poemas en “Letras del Ecuador”, confiado entonces a mi cuidado. En este libro se halla el “Canto a mi silencio” que tanto gustó a Eduardo Barrios, el gran escritor chileno, y el poema “Plegaria”, sin duda uno de los mejores que he creado, traducido excelentemente por Dudley Fitts al inglés. Son cifra importante de este libro mi “Ciprés para Federico García Lorca” que compuse para el volumen de homenaje de los poetas y pintores del Ecuador a la España Leal y el “Ciprés para Ignacio Lasso”, que llora la prematura muerte del poeta más fino de mi generación. Al final incluí mi “Canto a Eduardo Kingman”, escrito para servir de prólogo, junto a otro de Augusto Sacotto Arias, al álbum de xilograbados “Hombres del Ecuador”, del gran pintor. “Laurel de sombra” es un homenaje al grande y triste poeta Héctor Manuel Carrión, hermano mayor de mi padre. 

La noche oscura’, fue publicado en la Casa de la Cultura Ecuatoriana a instancias del grande y noble poeta Jorge Carrera Andrade, entonces Vicepresidente y absorbe el texto completo de la "plaquette" que con el título de “Tiniebla” publicó la Revista de la Universidad Nacional de Colombia gracias a la fina amistad del brillante poeta y novelista Jaime Ibáñez; y en ella se encuentra el poema “Jonás” que Luis Cardoza y Aragón dijo ser uno de sus predilectos. Tuvo de este libro un éxito inmenso el poema “Invitación a la fiesta de la tristeza”, que inicialmente se publicó en “Ecuador 0.0.0”, la revista de poesía de Alejandro Finisterre. Este libro mereció un extenso y excelente estudio critico de Matilde Elena López, entonces gratísima huésped de Quito. 

La sangre sobre la tierra” es mi excursión por la épica y comienza con el “Canto a la América Española”, escrito para participar en un concurso continental convocado desde México: gané la etapa nacional y en la definitiva me ganó por un voto el gran poeta venezolano Miguel Felipe Rugeles, viejo amigo mío. Mi “Canto a la línea equinoccial” gustó mucho a los editores de “Poesía de América”, la gran revista de poesía de México, pero me valió también la indignación del poeta Elio Romero, que lo halló ‘reaccionario’. José María Egas expresó su entusiasmo por los sáficos adónicos del “Túmulo de Vargas Torres”.  “¡Nunca! ¡Nunca!” es un poemario donde conviven variedad de formas, en el cual está “La consolación por la filosofía”, que tanto gustaba a don Gonzalo Zaldumbide. Tras unta una marrada ansiedad por nuevos temas, nuevas formas, nuevos aires y me muestra gozando ya de un aceptable dominio sobre las formas clásicas, en especial el soneto. En este libro está “Nupcial”, el poema que más amo de todos los míos.  Por entonces vino don Francisco Aguilera a Quito y grabó una selección de mi poesía, interpretada por mí, para el “Archivo de la Palabra” de la Biblioteca del Congreso, que reúne en Washington a los principales poetas del mundo, y gracias a un duplicado de esa grabación, que está en la Universidad de Harvard, pude oír mi voz en la “Casa de la Poesía” del más ilustre centro de cultura de nuestro continente cuando lo visité en compañía del poeta Archibald McLeish: pequeñas satisfacciones que iluminan la vida de un poeta. 

Esta es la historia del libro que pongo en manos del lector, amante de la poesía. Todos estos poemarios, hoy de nuevo reunidos, han estado olvidados y eran prácticamente in-encontrables. Por ello vale esta edición cual si fuese la primera. Hay una “segunda jornada”, igualmente voluminosa, con mi poesía a partir de 1958, que contiene la imagen de mis años maduros, cuando he sido ya presa de lo que podríamos llamar “la primera vejez”. La que hoy se publica contiene la imagen de los dorados años de mi juventud. Sed piadosos con ella.

 

Notas:

 (1) Anderson Imbert, Enrique, Historia de la literatura hispanoamericana, 2 t, México, FCE, 1979.

 

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